TLtos políticos han dejado de ser honrados para ser honestos, una palabra menos rotunda y más sexual, que permite declarar lo que a cada cual le salga de las reales gónadas. Si la realidad no fuera tan tozuda, y uno no se encontrara a diario con el coche del diputado, desconociera el chalet que habita, la casona que acaba de adquirir y la parcelita en la sierra, uno defendería esas declaraciones patrimoniales ante la Asamblea. Pero el subterfugio legal de poner la hacienda a nombre de otro hace que entre lo declarado y lo real exista una distancia que, rebajando la fe, sume al morbo la incógnita: ¿Será posible la honestidad en política?

Al ciudadano de parvo sueldo y fino seguimiento fiscal no le cuadra una casa y un utilitario en quien lleva muchos años cobrando grandes emolumentos ni entiende de indivisas posesiones hereditarias que velan no se saben qué sutilezas e ingenierías fiscales; y aunque nadie pretenda ser vigilante de sus políticos, ni derribar la ancestral confianza en los mismos, cada día se sobrellevan de peor gana las graves perturbaciones digestivas que produce la comunión con ruedas de molino.

Estas declaraciones ante la Asamblea son buenas para la cultura política, pero hay que hacer efectivo el dicho de Adorno : los hombres han de ser mejores que su cultura.

*Filólogo