Puesto así el titulo, dan inmediatas ganas de decir "Gibraltar español", lema de una de las primeras manifestaciones autorizadas durante la dictadura franquista. Manifestación de los cincuenta, que amén del despiste de algunos manifestantes, ganados por el entusiasmo, querían quemar El Corte Ingles, acabó como el rosario de la aurora, ya que con la masa falangista se mezclaron grupos de opositores que empezaron a pedir libertad, y hasta ahí podía llegar la cosa.

Como es muy frecuente a lo largo de nuestra Historia, verbalizamos mucho mejor que hacemos, y entre nosotros, la voluntad que quiere y la voluntad querida, son dos cosas diferentes, distingo curioso, ¡que, cómo no!, es del filósofo italiano Sciaca, latino como nosotros. Así que lo de Gibraltar va para largo, y todos tranquilos. Otra cosa distinta es consentir, sin más, determinadas conductas, y por pacífico que uno sea, enseñar los dientes alguna vez puede ser hasta necesario.

Los gibraltareños han comenzado a celebrar su tercer aniversario como colonia inglesa. Poco importa a estos efectos si la consolidación legal de la colonia fue en 1704, 1710 o 1714. Lo importante es aprender, en términos de hoy, la lección histórica que Gibraltar representa.

Y lo primero que hay que recordar es que Gibraltar es, en gran parte, hijo de la traición semántica de un texto confuso, en el que de la utilización de un castillo se pasó al dominio de un territorio, cuya frontera se fue corriendo en función de nuestra debilidad. Gibraltar está en una bahía que tiene un millón de habitantes, algunos miles de los cuales no sólo conviven, sino que viven del hecho diferencial de Gibraltar. Y en tercer lugar, nunca hemos conseguido estabilizar económicamente la frontera, haciendo cumplir las leyes, tanto nacionales como internacionales.

Está bien, incluso muy bien, el comportamiento de nuestro ministro de Asuntos Exteriores, pero seguro que no temblaría ningún cuadro del palacio de Santa Cruz si desde otras áreas ajenas a su ministerio se dificultara algo la alegre vida de los gibraltareños. En el fondo, de lo que se trata es de llevar la tamborrada de Calandra a las fronteras gibraltareñas y tenerlas tocando un mes sí y otro también. Gibraltar no debe ser un lugar al que contribuyan los españoles para que sea especialmente cómodo, aunque sólo sea por aquello de no acabar, en términos históricos, tras cornudo, apaleao . Hay miles de maneras legales, desde el perfeccionamiento de la comunicación con España, vía alquitrán y apisonadora, de tal forma que se tarda en recorrer un kilómetro tres horas hasta las cautelas sanitarias derivadas de los monos de Gibraltar.

Y después deberemos empezar a distinguir entre unos y otros gibraltareños. Porque no deja de tener guasa, que dirían los andaluces de la frontera, que quienes ponen su mayor énfasis en mantener la presencia del Reino Unido ad eternum dispongan de sus negocios y beneficios sin obstáculo a este lado de la frontera. Las leyes nacionales e internacionales desde luego hay que cumplirlas, pero su riguroso cumplimiento da margen mas que suficiente para hacer una justa discriminación en función de las conductas.

Por otro lado, no podemos olvidar que, más allá de los legitinismos históricos, que clarísimamente los hay en este caso, se imponen las realidades. Y los hechos, hechos son. Seguramente que el futuro de Gibraltar no pasa por una incorporación, sin más, del Peñón a la provincia de Cádiz, para entendernos. Las posibles soluciones tendrán que ser más complejas, y pasar por transiciones muy dilatadas en base a fórmulas cosoberanistas. Al final, el auténtico triunfo es que los gibraltareños vean muchas más ventajas en ser españoles que británicos.

*Ingeniero