Darío Villanueva , director de la RAE, ha defendido que el diccionario evite convertirse en algo políticamente correcto, y ha alegado, mientras afilaba su cimitarra, que "la corrección política es una forma de censura verdaderamente tenebrosa"1. Estas palabras son un aldabonazo para la enfadada comunidad gitana, que ve rechazada su propuesta de que se elimine una acepción de la palabra "gitano" que los deja en mal lugar, acepción que corresponde a otra palabra, "trapacero: que con astucia, falsedades y mentiras procura engañar a alguien en un asunto".

Así las cosas, seguimos leyendo en el diccionario que marca las pautas de nuestra lengua que un gitano es alguien "que estafa u obra con engaño". ¡Olé!

Discrepo de nuestros académicos. La incorrección política no debería ser nunca la excusa para que los guardianes del idioma cometan una afrenta injustificada contra un colectivo, en este caso el de los gitanos, que son retratados como chorizos. Hablando de chorizos, habría que preguntarse por qué nuestros políticamente incorrectos académicos definen la palabra "político" como "cortés, urbano", y también como "cortesía y buen modo de portarse". Dos varas de medir, pues. (¿Los políticos nunca son trapaceros?). Urge que la RAE encuentre fórmulas para definir los usos más abruptos del lenguaje coloquial sin otorgarles carta de credibilidad.

Seamos políticamente incorrectos y digámoslo sin miedo a la censura tenebrosa: los académicos emplean definiciones antipáticas y arbitrarias para una palabra que engloba a un colectivo precisamente porque ellos no pertenecen a ese colectivo y no tienen nada que perder.