TSti tú me dices ven, lo dejo todo. Es sólo el título de una vieja canción, y probablemente pocas personas estemos dispuestas, pocas veces en la vida, a dejarlo todo por algo o por alguien. Pero cuando eso pasa por nuestras cabezas, aunque solo sea por un instante, comprendemos que ese algo o ese alguien no solo ha trascendido hasta un lugar crítico de nuestro interior, sino que en cierto modo nos ha transformado, quizá para siempre. En la sociedad, como en nuestras vidas, es necesario en ocasiones que comprendamos la trascendencia de lo que está ocurriendo para que nos atrevamos colectivamente a mirar a ese nuevo horizonte y transformar la realidad.

Gloria es una palabra bellísima. No solo por su propia forma, amplia y abierta, redonda y casi musical, sino sobre todo por la riqueza de su significado. Gloria es la buena reputación que proviene de acciones ejemplares; es el placer intenso; es una persona que ennoblece a otra; es esplendor; es un pastel abarquillado en masa de hojaldre; es cada una de las veces en que se alza el telón para que los actores reciban el aplauso del público; es la fractura del cielo para que aparezcan los ángeles en las representaciones pictóricas; es un tejido, delgado y transparente, del que se hacían vaporosos mantos para las mujeres. Gloria es belleza, bienestar, placer, dulzura, nobleza, alegría y trascendencia. Quizá todo con lo que podamos soñar.

Durante mucho tiempo, quizá demasiado, nos hemos acostumbrado a vivir sin todo eso, o con casi nada. Nos hemos convertido -socialmente, aunque ese proceso acaba revirtiendo en transformaciones individuales- en algo parecido a esa cría de elefante a la que encadenaron al nacer: tiraba y tiraba para liberarse pero como no podía conseguirlo, llegó un momento en que dejó de intentarlo y quedó encadenada para siempre, a pesar de que al cumplir años y ganar peso, un solo gesto habría bastado para liberarse. Las sociedades occidentales han ido evolucionando de tal manera que, por un lado, hemos madurado lo suficiente para saber que quizá no convenga demasiado volarlo todo cada poco tiempo para comenzar una nueva aventura, pero esa misma madurez nos ha instalado en la comodidad de un autoconvencimento falso, y es que todas y cada una de las cosas que tenemos son exactamente las que queremos tener.

XESTO NOx siempre fue así. Ha habido grandes hombres/mujeres y grandes pueblos que se han atrevido a soñar. Que han superado el miedo de mirar bajo sus pies y ver el abismo, y han comprendido que era el momento en que aquello que podría ganarse era infinitamente más ilusionante que aquello que podría perderse. Todos a los que nos ha tocado vivir este momento deberíamos haberlo comprendido ya. Algunos que lo hemos comprendido, deberíamos encontrar la fortaleza emocional para tomar las decisiones adecuadas. Y todo eso debería convertirse en una catarsis colectiva en la que nos diéramos permiso para avanzar hacia ese nuevo horizonte que, solo de tarde en tarde, y como no queriendo mirar demasiado por la peligrosa y poderosa atracción que ejerce sobre nosotros, miramos de soslayo, como con la nostalgia asumida de que jamás intentaremos alcanzarlo.

Resignación, frente a gloria, es quizá una de las palabras más antipáticas. Habría que construir un diccionario nuevo sin ella. Y da la sensación de que, individual y colectivamente, estamos instalados ahí. Hace mucho tiempo, demasiado. Ya somos lo suficientemente maduros para saber que quizá es temerario dejarlo todo por algo o por alguien cada poco tiempo, pero nunca deberíamos dejar de ser lo suficientemente jóvenes para plantearnos, alguna vez, si merece la pena hacerlo. Aunque solo sea planteárnoslo. La sociedad en la que vivimos no soporta más remiendos. Es un traje viejo y nos queda estrecho. Podemos seguir alargando artificialmente su vida e incluso podemos mirarnos al espejo y convencernos de que estamos guapos, pero en el fondo sabemos que todo eso es una gran mentira.

XEN POCOSx días comenzará un nuevo curso. Curso escolar, curso político y, en fin, un nuevo ciclo para casi todos, en el que algunas cosas acaban y otras comienzan. Los políticos, que para eso están ahí, deben dar con la fórmula para ilusionarnos y conseguir que volvamos a pensar, aunque sea por un momento, "si tú me dices ven, lo dejo todo". Y si no saben, o no quieren, o no lo consiguen, deben irse. Ordenada o desordenadamente, uno por uno o en bloque, pero deben irse. Y deben dejar paso a un nuevo grupo de españolas y españoles que estén dispuestos a mirar bajo sus pies sin miedo al derrumbe, a comenzar el camino hacia un nuevo horizonte y a soñar con gloria; quizá nunca podamos tenerla, pero debemos permitirnos soñar con ella. Claro que podemos vivir sin gloria. Pero no deberíamos querer vivir sin ella. Yo no quiero