Es muy posible que dentro de unos días nadie se acuerde de la que el Gobierno armó ayer con sus idas y venidas con los años de cotización. Porque a la vista de lo mal que lo está haciendo, cabe esperar que una nueva metedura de pata ocupe pronto las primeras páginas. Pero, hoy por hoy, lo que ha ocurrido con su proyecto de reducir el coste de las pensiones es un escándalo.

Sobre todo porque el Gobierno, o mejor, los pocos miembros del mismo que han estado en el ajo --que otros, y algunos de peso, ni se han enterado-- han actuado como si creyeran que nadie iba saber qué se traían entre manos. Y eso, además de imposible, es intolerable.

Así, la vicepresidenta Salgado aseguró el lunes que la intención de retrasar dos años la edad de jubilación solo respondía a la necesidad de garantizar el futuro del sistema de pensiones, sin mencionar que era una medida destinada a tranquilizar a los mercados internacionales de deuda pública. Cuando, desde hacía 48 horas todos los analistas decían que ese era el principal objetivo y muchos, incluso, la aplaudían por eso. Y cuando ya se sabía que el mero anuncio del futuro retraso había reducido de manera significativa la diferencia de precio de los títulos españoles con respecto a los alemanes.

Dos días después estallaba la bomba del aumento del periodo de cotización. El martes, la Comisión Europea recibía un enjundioso y comprometido texto elaborado por el Gobierno en el que, entre otros muchos proyectos --entre ellos, reducir en tres años el peso de la remuneración de los empleados públicos en un 1,9 % del PIB--, figuraba bien clarita la citada intención, de la que el Gobierno se desdecía horas después.

Ante tanto desatino, ante tan poca profesionalidad, no caben excusas ni mentiras. Que solo van a servir para reducir aún más la credibilidad exterior de nuestro Gobierno, cuya capacidad real de reformar ha quedado bastante más que en entredicho. Zapatero tendría que destituir a alguien y pronto. Posiblemente no lo hará. Pero, además, ¿valdría ya para algo?