Nadie podrá acusar esta semana al Gobierno español de permanecer pasivo ante la crisis. El lunes, el presidente del Gobierno se reunía en la Moncloa con representantes de los grandes bancos y cajas de ahorro para tratar de devolver la tranquilidad a los mercados, tras una espectacular caída del Ibex 35 (-6,06%). Mientras, su vicepresidente económico, Pedro Solbes, presionaba en la reunión de ministros europeos de Luxemburgo para que la UE adoptara una política común contra la crisis, y especialmente sobre cómo debían garantizar los sistemas financieros nacionales los depósitos de los ciudadanos. Y ayer, Rodríguez Zapatero, con las bolsas ya más calmadas --el Ibex 35 subió 1,3%--, hizo dos anuncios de enorme trascendencia: subir la garantía de los depósitos bancarios de 20.000 a 100.000 euros por cuenta y titular y la creación de un fondo de entre 30.000 y 50.000 millones de euros para comprar activos sanos a la banca.

Con la primera de las medidas, el Gobierno trata de reafirmar la confianza en el sistema bancario español, después de que en los últimos días se hayan extendido las dudas sobre la seguridad de los ahorros. Un temor que es comprensible, pero que obedece más a razones psicológicas que a criterios puramente objetivos. Nunca ha habido en España un peligro real de colapso financiero.

Con la otra decisión se pretende inyectar fondos a bancos y cajas para que estos puedan volver a conceder créditos a ritmos aceptables, de modo que las empresas y los particulares puedan obtener financiación para sus proyectos. Aunque a menor escala, esta misma filosofía económica ya fue planteada en la Asamblea de Extremadura por el presidente de la Junta, Guillermo Fernández Vara.

El de la falta de liquidez, más que el de la garantía de los depósitos bancarios de las familias, es el verdadero problema financiero en España, y el Gobierno central ha actuado con decisión, aunque a base de crear deuda que oscilará entre el 2,6% y el 4,4% del PIB. Pero bien vale la pena aumentar la deuda para aliviar un bache que supone una sangría en la economía real en forma de puestos de trabajo.

Paralelamente, la sensatez volvió a la UE, cuyos 27 ministros de economía fueron capaces de dibujar lo más parecido a una política común, aunque con criterios flexibles, en materia financiera. Es pronto para saber cómo van a reaccionar los bancos ante este nuevo panorama, pero parece que las decisiones van en la dirección adecuada ante la magnitud de los temblores en grandes bancos europeos. Una bajada de los tipos de interés podría tal vez ser ahora la medicina que le falta a una Europa enferma que puede y debe mejorar. El presidente del Banco Central Europeo ya dejó abierta la puerta a esta posibilidad en su última intervención pública, la semana pasada, pero falta que la decisión se concrete en próximas fechas.