Abogado

En octubre se celebró, a bombo y platillo , tanto por la alta cualificación de los participantes como por la divulgación del evento, un congreso internacional sobre Manuel Godoy. La intención era clara: sacar a la luz facetas apenas conocidas del controvertido político extremeño, de quien Fernando García de Cortázar ha dicho que "fue el tiempo de Godoy el tiempo de la Revolución Francesa, el tiempo de una Europa amenazada en sus cimientos por el ascenso de Napoleón y de una monarquía hispánica que se veía arrollada por el vendaval de los acontecimientos...".

Eruditos e historiadores, entre quienes figura nuestro también paisano Vicente Barrantes, curiosamente nacido en la misma casa en la que nació Manuel Godoy, escribieron y transmitieron una imagen distorsionada sobre Godoy, imagen creada por sus grandes enemigos: la alta aristocracia, que siempre lo trató con desprecio y lo consideró un advenedizo, y la Iglesia, entre otras razones porque puso freno al Santo Oficio, al que poco después Fernando VII (Fernando VIL, según mi querido profesor don Miguel Pérez Carrascosa) dio alas.

Emilio La Parra, autor de la última biografía sobre Godoy, señala que desarrolló la política reformista de carácter ilustrado que, en ocasiones, es prolongación de los proyectos nacidos durante el gobierno de sus antecesores, Floridablanca y Aranda. Sirvió en cuerpo y alma a los reyes, con acrisolada lealtad, a quienes, es cierto, que debía todo lo que fue y perdió. Lealtad que mantuvo, según La Parra, después de muertos sus protectores.

No se cuestiona, por otra parte, ni se trata de ocultar los aspectos negativos del personaje: su ambición y la aceptación de su fortuna. Pero hay que hacer justicia con el político más relevante nacido en Extremadura, que alcanzó el rango de lo que hoy podríamos llamar presidente del Gobierno de una nación que aún conservaba el imperio y contra quien se creó un mito de príncipe tirano, abyecto y traidor a la patria, alentado de manera muy activa por Fernando VII, quien le persiguió implacablemente hasta en su destierro.

El congreso al que aludimos concluyó con la petición, una vez más, de que se erija un monumento al llamado "Príncipe de la Paz" y que se repatríen sus restos, que hoy se encuentran en el cementerio P¨re Lachaise, de París, en una sepultura de aspecto modesto, con una lápida con la siguiente inscripción: "Don Manuel Godoy, Príncipe de la Paz, Duque de Alcudia. Nació en Badajoz el 12 de mayo de 1767. Falleció en París el 4 de octubre de 1851".

No me consta que ninguna institución pública ni privada tenga intención de atender las conclusiones del congreso, en el que participaron ilustres y destacados historiadores. ¿Será que hacer justicia a quien el congreso reconoce como un gran político nacido en Badajoz, no es rentable electoralmente?

En cualquier caso, sería interesante y tal vez aleccionador, conocer la opinión al respecto del Ayuntamiento de Badajoz y también de la Consejería de Cultura.