La operación del Ejército colombiano en la que han resultado muertos el jefe miltar de las FARC, Jorge Briceño, alias Mono Jojoy, y una veintena de guerrilleros es el mayor golpe asestado a la guerrilla más antigua de América Latina desde que Juan Manuel Santos relevó en la presidencia a Alvaro Uribe, el pasado 7 de agosto.

Santos, ministro de Defensa con Uribe, inició desde su llegada al poder un cierto distanciamiento de la política de su antecesor, que no pudo presentarse a un tercer mandato por prohibición constitucional. Este desmarque, que ha provocado el malestar de Uribe, no se produce, sin embargo, en la política del combate a sangre y fuego a la guerrilla. En este aspecto, si Uribe era un duro, Santos no le va a la zaga. La operación contra el Mono Jojoy ha sido un acto de guerra, con la intervención de 30 aviones y 27 helicópteros y el uso de bombas inteligentes para barrer la zona donde se refugiaba el sanguinario dirigente guerrillero.

Aunque la capacidad de regeneración de las FARC es proverbial, la muerte de Jojoy puede contribuir a la desmoralización de una guerrilla que ha sufrido la pérdida de relevantes dirigentes a manos del Ejército o por traiciones internas. Santos no descartó en junio, al ser elegido, una eventual negociación con la guerrilla ("la puerta no está cerrada", dijo), pero para que ese diálogo se produzca antes es preciso debilitar aún más a unas FARC en descomposición. A eso se emplean con éxito el nuevo presidente y el Ejército