El Reino Unido dice adiós. Lo dijo en el referéndum celebrado el pasado 23 de junio y lo ratificó este miércoles, 29 de marzo, una fecha que ya es considerada como histórica. Está claro que esta despedida va a ser larga y parece que también dolorosa, porque una relación de 44 años no es fácil de romper.

Se habla de «divorcio» pero no es que el Reino Unido y la Unión Europea se hayan comportado nunca como un matrimonio, o al menos, no como uno bien avenido. Su «enlace» no fue por amor, sino más bien por conveniencia y durante estas décadas se han comportado más bien como estas parejas abiertas tan de moda hoy en día, que pueden funcionar, sí, pero suele pasar que al final una de las partes lo da todo y la otra nunca alcanza el compromiso real.

Para España, Europa significaba la democracia, el progreso, la luz al final del túnel tras años de dictadura. La entrada en la Unión fue la confirmación de nuestra vuelta al mundo, a la política internacional, a la modernidad --o eso creíamos--.

Para el Reino Unido, la Unión es un club, un mercado puramente económico al que nunca le ha querido ceder un ápice de soberanía política. Por ello tuvo que idearse esa Europa de las dos velocidades, en la que algunos países avanzaban hacia la integración con todas sus consecuencias mientras que otros irían más despacio, tanto que al final Gran Bretaña frenó.

No, los británicos no son unos racistas, aunque la apelación al miedo haya tenido mucho peso en las urnas. De hecho, amigos de allí están pasando un duelo en toda regla: negación (el Brexit no es posible), enfado (la gente es estúpida), negociación (la actual), y aún les queda el dolor emocional (la ruptura con la UE tendrá consecuencias negativas, no sólo en política exterior sino especialmente delicadas en la interior, con Escocia e Irlanda del Norte en la cuerda floja) y la aceptación final. Más flema inglesa he notado entre los españoles que viven en el país, probablemente ya resignados al tener que pasar el mal trago de emigrar por falta de oportunidades.

El negociador británico, David Davis, ha advertido de que lo «mejor para todos es llegar a un acuerdo que abarque el comercio, la seguridad y todos los aspectos de las relaciones, y que el pacto mantenga todos los beneficios posibles para ambos». Lo que ocurre es que precisamente eso era lo que tenían con la Unión. El tiempo dirá qué bienes conyugales les van a quedar.