TEtn poco tiempo parece como si nos hubieran inflado. Ves también por las calles a alguno que excepcionalmente se ha quedado demacrado pero es a la fuerza:

--Me he pasado un mes en el Infanta Cristina.

Y no te dice más. Tú después le das a la cabeza y piensas lo peor. Pero de inmediato pasan tres gordas a tu lado y te reconfortas. Son además unas gordas a quienes se les va moviendo todo, como cuando a un chamizo le entra el aire por las ranuras. Son además unas gordas sebosas que van en chancletas tomándose un polo y fumando. Alguna también deja ver su embarazo en toda su curva. Es la nueva embarazada que pide guerra a pesar del embarazo. El hombre lleva esto con resignación porque no le queda otra después de la ley de violencia de género. La mujer no se apea de sus creencias.

--Y si no te gusta, nos separamos, porque la barriga es mía.

Pasa que la gente no para de beber y de comer. Todo lo resuelve comiendo o bebiendo. Hay quien pone altavoces en su coche pero son otras las aspiraciones. Eso de ir por la calle y que te miren los jubilados con instintos asesinos, tiene su cosa. Después ya te bebes diez cubatas y venga jaleo. Ellas comparten la dieta con los cubatas. Yo no se donde vamos a ir a parar en la cuestión de gorduras, pero las parálisis van a ser sonadas. No va a ser posible inflarse más y más, y puede incluso haber alguna explosión. O más de una. Todo llegará.

Frente a tanta gordura está el jubilado que pasa a tu lado y presume a las nueve de la mañana de haberse hecho ya diez kilómetros. Este jubilado es un tipo triste que no se divierte con nada, y cuando llega a casa lo último que quiere es ver a su mujer, que pesa ya 110 kilos. Un desastre.

*Escritor