La sensibilidad hacia el ecologismo del comité noruego que otorga cada año el Premio Nobel de la Paz ha quedado una vez más de manifiesto al conceder el galardón de esta edición al exvicepresidente de Estados Unidos Al Gore y al Grupo Intergubernamental sobre el Cambio Climático de la ONU, que encabeza el indio Rajendra K. Pachauri. Y es que Al Gore ha logrado en los últimos siete años algo que en el mundo en que vivimos es condición sine qua non para que una idea termine captando la atención de los ciudadanos: más titulares y espacios de televisión referidos a los riesgos medioambientales que debe afrontar el planeta que muchas oenegés con decenios de existencia y centradas en el conservacionismo. El grupo de Pachauri, con una proyección en los medios infinitamente menor, ha puesto sobre la mesa los datos esenciales del calentamiento imparable que, en el peor de los casos, puede elevar la temperatura media de la Tierra cuatro grados en el 2100.

Los críticos con la actividad de Gore después de perder la elección del 2000 frente a George W. Bush le reprochan no haberse apartado del realismo contemporizador mientras sufragó el poder al lado del presidente Bill Clinton. Es cierto que Gore no es un ideólogo en el sentido clásico del término y, además, ha recurrido a los instrumentos del star system para difundir sus ideas, pero es inexacto presentarle como un recién llegado al debate sobre el cambio climático, a lo que debe añadirse que algo tuvo que ver con los trabajos que cristalizaron en el Protocolo de Kioto, tan denostado por Bush, del que cabe recordar que venció al ahora premiado en una elección no del todo aclarada.

Se acerca más a la realidad inscribir a Gore en la tradición de algunos de los últimos presidentes demócratas, cuyas inquietudes sociales más íntimas se han puesto de manifiesto sobre todo después de dejar los salones del poder. En este sentido, la actividad del expresidente Jimmy Carter, también premio Nobel de la Paz, que comanda una fundación que media en la resolución de conflictos y en la tutela de procesos de democratización, es el caso más conocido. También podría incluirse en esta tendencia la actividad de conferenciante y animador cultural de Bill Clinton marcha por parecido camino. Como ellos, Gore observa la conmoción del planeta con los ojos de un reformista que, sin impugnar los méritos de la globalización y la revolución tecnológica, aspira a dar al capitalismo un rostro humano mediante fórmulas de coloración socialdemócrata, que viniendo de los Estados Unidos es mucho decir.

La marcha hacia estas metas universales no hace desaparecer las contradicciones del personaje, pero desde luego las matiza. Lo mismo que el hecho de que comparta el Nobel con un organismo multilateral al que difícilmente alguien se atreverá a poner un pero, incluidos los adversarios políticos del exvicepresidente Gore.