Según la responsable del área de conservación de pinturas del siglo XVIII del Museo del Prado, Goya era homosexual. Es un dato de gran interés, sin duda, de una importancia biográfica --y artística, por descontado-- similar a la de si Goya padecía también alopecia o si tenía los ojos color tristeza, un suponer. Pero resulta que doña Manuela Mena, que así se llama la responsable, es una especialista reconocida sobre Goya, es decir, toda una autoridad sobre la vida y la obra del pintor, como demuestra esa revelación --tan necesaria, por otra parte-- de que Goya era homosexual. Vamos, que hay que dar crédito a lo que dice.

Y lo que dice la especialista Mena, a partir de ese dato conmocionante, es que Goya no fue amante de la duquesa de Alba ni de Leocadia Zorrila, sino que si amó a alguien, si alguna vez amó, fue a Martín Zapater, su amigo de la infancia. Las pruebas están en una correspondencia entre ambos que la especialista considera «muy íntima». El adjetivo es importante porque resta más que suma: no una correspondencia íntima, sino «muy íntima». Intimísima. ¿Cómo era aquello de Jules Renard, por cierto? Ah, sí: que la palabra «cielo» dice más que «cielo azul». Pues eso. El caso es que para Mena «es evidente que la correspondencia se salía de la norma», entendiendo por salirse de la norma que las cartas «reflejan un sentimiento homosexual». De qué manera lo reflejan es lo de menos. Basta con que lo reflejen.

Pero lo decisivo para concluir que Goya era homosexual, según la especialista, es el testimonio de personas homosexuales. He aquí, textualmente, lo que dice la experta en Goya: «Otras personas con las que hablé y que eran homosexuales me han dicho: es evidente, es una correspondencia homosexual». Para qué más pruebas, teniendo semejante argumento de autoridad. Lo relevante del descubrimiento de la homosexualidad de Goya es que a partir de ahora se tendrá «una visión distinta de Goya», ha advertido. Sin duda. A partir de ahora, y dada la trascendencia del hallazgo, se entenderán mejor sus dibujos, sus lienzos. Y se entenderá, incluso, por qué el sueño de la razón produce monstruos.

*Funcionario.