La renuncia pública de Norma Duval a participar en los actos del PP no hacía presagiar nada bueno. Era una de las pocas figuras del espectáculo comprometidas con Aznar y su marcha hacía entrever que los mundos de la política conservadora y el del escenario o el plató cinematográfico están enfrentados. Si la derecha quiere pintar algo en el gremio del espectáculo, que cuide a Lina Morgan. Es lo único que le queda.

El enfrentamiento ha sido claro en los premios Goya, convertidos por voluntad de los premiados en la mejor plataforma de agitación y propaganda contra la guerra en la que nos quieren meter, contra la escasa atención inicial del Gobierno a la catástrofe del Prestige y contra la indiferencia frente al fenómeno social y cultural del cine.

Puede pedir el señor Aznar a los suyos que salgan a la calle a convencer a la ciudadanía de que la guerra es por su bien y que el Ejecutivo obró de maravilla en la crisis del chapapote, si los rostros populares del cine se suman a la protesta de manera tan contundente. Ante las televisiones, incluso, por más que algunos dirigentes de la cadena pública lo trataran de evitar, cuando ya la transmisión había empezado.

¡Cómo habrá aumentado en la Moncloa la admiración que se siente hacia EEUU! ¡Qué gran país, que tuvo la genial idea de poner en marcha una caza de brujas, que lo liberó durante un tiempo de los personajes más incómodos de Hollywood, desde Charlie Chaplin hasta Humphrey Bogart! ¡Qué a gusto pondrían en marcha ahora en Madrid un Comité de Actividades Antiespañolas para investigar a los contestatarios del sábado!