No quiero medir los anhelos e ilusiones del cada día con la rutilante vara del tiempo, ni sondear en la vida, que cuando habla se torna palabras, sonrisas y lágrimas. Entre felicitaciones y los mejores deseos llegan los balances, recuerdos de lo que fue el año ya pasado. Días vividos entre amarguras y esperanzas, a veces sonrientes a la luz del sol por las mil cosas que nos regaló la vida.

Cada vez quedan más lejos los latidos del pasado que suenan a tambor de cuero destemplado acústicos ecos de miles de lamentos. Como un extenso páramo frío que nos hiere seguiremos caminando, temblando, sabiendo que a la puerta como siempre nos espera la maleta de la vida repleta de amor y de alegría por encima del abismo que huele a horror y guerras.

Haciendo balances sobre el vocablo más bonito y repetido encontré la palabra gracias. Sí, gracias, mil, repetiré constantemente, no tengo otra forma de manifestar mi gozo y admiración, sobre todo ese cúmulo de nobles sentimientos que intensamente experimento desde lo más profundo de mi ser. Gracias, porque en este año 2004 se nos ofrece un mundo lleno de amor, que sale a nuestro paso para llenar de fuego el corazón; por la risa del niño que se vuelve caricia; por el mar y las nubes, el don de sentir a plenitud la vida y por cada hora, aunque todas no sean iguales y bellas. Gracias por el volar de la mariposa que enciende sin conciencia de su milagro, un pabilo de ensueños; por cada amanecer, por el aire, el agua y el sol cuando en el rocío y la hierba se ilumina con sus claros cabellos de muchacha. Gracias por ser útil dando algo a los demás con mi trabajo; por los alimentos, la medicina y por la amistad que prolonga ese sereno privilegio de ser hermanos.