Profesorde la Uex

Me levanté y desayuné con tu muerte Dulce. Sentí en las palabras de Gabilondo, entre un deambular del amanecer por la cocina, que también te apreciaba, te respetaba y te quería. No me lo quise creer y la voz de Lucio Poves, más tarde, volvió a hablar de ti con cariño y respeto mostrándose entre sorprendido y arropado por esa presencia Dulce que trasladabas a tus palabras y a tus escritos. Después supe que toda la gente con la que hablaría me mostraría su sorpresa y la admiración por ti. Me vi obligado a decírselo a Angeles, quien me hizo descubrirte en Cielos de barro y con quien compartí embelesado alguna entrevista tuya, y su desayuno se hizo callado, quedo, agriDulce. Compré EL PERIODICO y te vi como eras, o como creo que te conocemos y te apreciamos quienes en algún momento te oímos, te leímos, o te vimos en algún lugar. Ese periódico era para compartir con mis alumnos parte de un alma que entregaste generosa y Dulcemente a tu Zafra, a Extremadura y al mundo.

Mientras fotocopiaba tu imagen para preparar el material, una chica amable que trabaja en la copistería se quedó sorprendida, era de al lado de tu pueblo, había leído tu libro La voz dormida. Su sorpresa y admiración se escondía detrás de una tristeza serena y, como no queriendo admitirlo, seguía mirando tu rostro. Al darme la vuelta con tu imagen en la prensa y en mis manos, la figura tranquila de otro escritor amable, afable y con afán de aprender, Eugenio Fuentes, me sorprendió. Y volviste a nuestra memoria, a nuestras bocas y nuestras palabras mientras intercambiábamos la poca información que teníamos y mi continua incredulidad, volviendo a esa imagen serena, a esa capacidad tuya para entender y desvelar el sufrimiento, a esa involuntaria voluntad de acoger, sentir y hacer partícipe de la memoria a unos y otros, siempre con sinceridad, ternura y dolor contenido o resignado. Seguí hablando de ti, Dulce, sin quererlo y sobre todo sin desearlo, con amigos, Paco y Remedios, con alumnos como Ana y Juanje o con María que te escuchó en un instituto de tu y nuestro Zafra. Me hubiera gustado tanto haber podido hablar de otro modo.

Haber recordado esas palabras tuyas en Mérida cuando el Teatro Romano se hizo chiquinino y recogido como una camilla y todos los que allí estábamos nos sentimos sentados a tu lado mientras nos hablabas con tranquilidad, con ternura y cariño. Creo que nadie quiso levantarse y separarse de aquella faldacamilla en la que nos acogías, recogías y atalantabas.

En los próximos días posiblemente seguiré hablando de ti en mis aulas, cuando lo haga de las ciudades y pueblos de Europa y sienta y recorra Zafra con doña Encarnación y con Avelino. También estarás en los itinerarios turísticos por Extremadura que de un modo absolutamente desinteresado y generoso nos hiciste recorrer junto a otros 22 escritores maravillosos, ciudadanos extremeños y del mundo, (23 escritores para cualquier 23 de abril, siempre buscando la hora más acogedora, la hora más personal y dulce para un relato al atardecer que hoy seguramente todos te dedicamos a ti, Dulce).

La gente de Zafra y Extremadura, la gente del turismo, todos esos escritores, quienes te han leído en hoteles y casas rurales, quienes te han llevado y han acariciado algún relato al atardecer recorriendo la plaza Chica o escuchando las campanas de la Candelaria, ahora volverán a hacerlo.

En el fondo siempre conseguiste lo más difícil. Mostraste de un modo sencillo los sentimientos, el dolor, la pasión y el olvido de la gente. Quisiste ser la voz y la escritura del paisaje real e imaginario, del paisaje geográfico y del paisaje interior de la gente. Has sido a la vez la voz interior de muchos hombres y mujeres, los que te hicieron escribir, los que hiciste volver a vivir y los que nos hiciste sentir.

Hemos tenido la suerte de que escribas. Hemos tenido la suerte de oírte. Hemos tenido la suerte de conocerte. Hemos tenido la suerte de que sientas Zafra, Extremadura y el mundo. Hemos tenido la suerte de que seas mujer. Hemos tenido la suerte de que siempre sigas con nosotros, Dulce.