El gigantesco apagón que ha afectado a grandes ciudades de Estados Unidos y Canadá, entre ellas Nueva York, Detroit y Toronto, demuestra que en materia energética esas dos grandes potencias mundiales son en realidad gigantes con los pies de barro. Los expertos ya habían anunciado que la red de alta tensión podría colapsarse por un incremento de la demanda --por ejemplo, por el uso masivo de aparatos de aire acondicionado en pleno mes de agosto-- y reclamaron inversiones por 56.000 millones de dólares. Pero ni los poderes públicos ni las diversas empresas privadas que en Estados Unidos son propietarias de casi todas las centrales de producción de energía hicieron caso a esas recomendaciones. Ahora ha sido el propio presidente Bush quien se ha visto obligado a reconocer que la red eléctrica norteamericana está anticuada. La liberalización del mercado eléctrico en los años 90 tuvo el efecto de abaratar los recibos de la luz que pagaban los consumidores. Pero la lógica ultraliberal ha acarreado la falta de inversiones y la ausencia de una red pública moderna capaz de garantizar un servicio básico. Ahora se pagan las consecuencias en forma de un caos cuyas causas técnicas nadie acierta aún a explicar.