La movilización que mañana recorrerá las calles de Bruselas en favor de las comarcas europeas productoras de tabaco no representa el simple retrato de un sector del que viven en Extremadura miles de familias y que ve en blanco y negro su futuro. Será un pulso, quizás uno de los más importantes de los últimos años, para un cultivo que a ojos de muchos se ha convertido en marginal y que, para otros tantos, es un medio de vida casi exclusivo. Pero el conflicto del tabaco, que en la precampaña de las elecciones autonómicas ya fue pasto del debate, requiere un análisis sosegado.

La amenaza mil veces susurrada al oído de los representantes españoles en Bruselas se ha dejado escuchar este año sin apenas distorsiones. Las ayudas europeas al tabaco en Extremadura, más de 108 millones de euros (unos 18.000 millones de las extintas pesetas), que representan nueve de cada diez euros que recibe un agricultor por su producción, están llamadas a desaparecer por obra y gracia de unos comisarios que no consideran de recibo primar a un sector por un lado y luchar por otro contra las consecuencias de lo que genera el consumo de lo que produce. El argumento de los técnicos comunitarios, fácil de rebatir con datos (está claro que el tabaco extremeño no distorsiona un mercado copado por multinacionales y con países europeos de mayor peso en el sector, como Grecia o Italia), resulta sin embargo sencillo de digerir para un ciudadano medio europeo, con esa sensibilidad extrema que hace del racionalismo una bandera.

Pero lo cierto es que si, con frialdad, consideramos la economía extremeña entre las más subvencionadas del panorama autonómico español, el tabaco es quizás el máximo exponente de esta situación. Comarcas enteras, sobre todo La Vera y Campo Arañuelo, viven gracias a los fondos que llegan de Bruselas para incentivar (y en algunos casos sostener) su producción. Y este es, precisamente, el argumento contra el que no podemos luchar. Al menos, en una economía de mercado que decidió hace tiempo enterrar la memoria de los teóricos del keynesianismo. De ahí que el uso de palabras como reconversión para definir el futuro del tabaco extremeño no sean meros guiños al diccionario de sinónimos. Es lo que hay. Y así tienen que entenderlo en los despachos oficiales de la Comisión Europea, cuyos altos funcionarios saben mejor que nadie que la reestructuración de un sector nunca es gratuita.

De momento nadie quiere dar su brazo a torcer y por eso un millar de voces extremeñas, junto a otras muchas cientos de comarcas de Portugal, Italia, Grecia, Francia, Alemania y Austria, intentarán mañana que sus reivindicaciones hagan a los políticos cambiar de opinión, ya que la reforma, tal y como está planteada, enterraría las ilusiones y la forma de vida de miles de familias, a la que en contrapartida no se les ofrecen alternativas viables para poder subsistir.