XDxesde mi aprecio y admiración por el flamenco, pero en mi condición de mero aficionado neófito, perfecto ignorante de ese lenguaje complejo y profundo que acrisola la honda tradición flamenca, me encaminé el pasado fin de semana hacia la catedral del Cante en La Unión (Murcia), en muy buena compañía y conversación, para disfrutar en vivo de lo que presumíamos iba a ser una fiesta y éxito memorable para el flamenco en Extremadura. La celebración del XLIV Festival Internacional del Cante de las Minas bien lo merecía, tanto más cuanto tres extremeños habían pasado a las finales de los concursos de Cante y Guitarra que se celebraban la noche del sábado y madrugada del domingo. Pedro Peralta en Cartagenera, Javier Conde en guitarra, interpretando una taranta y zapateado, y Miguel Angel Tena que optaba a la prestigiosa Lámpara Minera y al premio de Taranta.

El ambiente de las finales era espléndido. Era la hora de la verdad y buena parte de esa verdad era extremeña. Tan verdad era y tan evidente que el éxito prevaleció en el caso de Javier Conde y de Miguel Angel Tena, aunque se ensombreciera en el caso de Peralta y de la minera del propio Tena. Todos nos ofrecieron lo mejor de sí y fue muy bueno, como lo supo reconocer el entendido público que llenaba la catedral, aunque el jurado inexplicablemente negara el premio de Cartagenera a Pedro Peralta y cuanto menos el segundo premio de Minera a Miguel Angel Tena. La calidad demostrada por nuestros artistas fue tanta que, aunque parezca mentira, nos supieron a poco los premios obtenidos.

A nadie, salvo al jurado a tenor de su decisión, se le ocurre explicación cabal alguna para dejar desierto el premio de Cartageneras, dejando en ascuas a Pedro Peralta, quien había pasado en solitario a la final --por algo sería, suponemos-- y quien actuó, en el momento clave, de manera excelente (sin menoscabo alguno en la ejecución precisa del cante, según comentaron los entendidos).

Miguel Angel Tena interpretó sus cantes magistralmente, tanto que (aquí por fortuna no hubo despropósito del jurado) no pudieron negarle el premio en Taranta. Pero tampoco debieron negarle premio en Minera, aunque lo hicieron (vaya por delante que Raúl Montesinos, ganador de la Lámpara, joven cantaor de la Puebla de Cazalla, fue un justo vencedor de la misma --como avala la interpretación portentosa de su minera No quiero ser barrenero una vez ganado el premio y aflojados los nervios--, y al que, sin embargo, el jurado inexplicablemente le había arrebatado el galardón el pasado año).

El caso de Javier Conde fue, en mi opinión, el único de justicia redonda por parte del jurado. En arte hay pocas cosas evidentes, porque éstas, las evidentes, suelen pertenecer al territorio de lo genial. El toque de Conde merodea ese territorio y el jurado no pudo obviarlo. Quizá el Festival de las Minas intuyó (recobrando el jurado la lucidez) que premiar a este joven guitarrista sería no ya un hito en la carrera de Conde sino un blasón para la historia del festival, como en el pasado lo fueron otros grandes del toque. Conde ganó y de qué manera. Su taranta y zapateado fueron portentosos y alcanzan la talla de lo inaudito cuando reparamos en la edad del guitarrista, quince años. Es difícil decir hasta dónde puede llegar este niño-hombre si mima su don y persevera en el trabajo, pero desde luego es fácil afirmar que será muy lejos. Tenemos en Extremadura un diamante cuyo valor irá en alza y cuyo futuro es radiante y ello es motivo de orgullo para todos.

*Profesor de la Uex