Cuando estas letras ven la luz, la huelga de los funcionarios de justicia ha llegado a su fin después de un camino de larga singladura y difícil resolución que ha durado dos meses y tres días por una reivindicación más que justa: equiparar los derechos de los que están aquí, con aquellos otros que tienen la suerte de ejercer la misma función allá donde quiera que ésta esté mejor retribuida.

Mas la huelga de la justicia, aquella que no se manifiesta con pancartas ni con protestas más o menos ruidosas, data de años o acaso de siglos.

Viene esto a colación porque, a pesar de la justificación innegable que proporciona la escasez de medios materiales y humanos en tales quehaceres, se ha producido un error que, de no haberse dado, quizá no le hubiese costado la vida a una persona potencialmente enorme en su desarrollo; contaba con cinco años, por un lado, y tenía los genes de un padre que ya ha demostrado su grandeza. Es claro que hablamos de Mari Luz Cortés y de su padre Juan José, quien nos ha demostrado con su comportamiento y equilibrio emocional que se trata de una persona fuera de lo común, al menos si lo comparamos con la inmensa mayoría de los mortales.

No ha bastado la acción miserable de un depravado que le ha quitado, quizás, lo que más quería Juan José, para que este hombre no le desee a nadie lo que él ha pasado en uno solo de los días de calvario a los que se ha visto sometido y siga pidiendo que sea la justicia la que le devuelva emocionalmente lo que físicamente le han robado por la acción de la más execrable ruindad.

No existe la justicia. Así lo han declamado a lo largo de la historia los más excelsos eruditos en la materia y los más ilustres humanistas. Preguntemos si no a los gusanos (si estos pudieran hablar) por qué quedan impunes los crímenes que contra ellos comenten los pájaros; o a las vacas, que perecen a manos de los hombres. En fin, aquella máxima que proclamaba homo lupo homini que dio lugar a la promulgación de las normas que conformaron el derecho positivo, vuelve a mostrarse de máxima vigencia. El hombre sigue siendo un lobo para sus congéneres.

Menos mal que siempre, en los peores momentos, aparece un faro en medio de la vorágine, esta vez representado por Juan José, que sigue confiando en las instituciones. Este sí que merece ser destacado como hombre. Si se me permite la exclamación castiza: ¡viva la madre que te parió!

A esta reflexión hemos llegado los integrantes del taller de lectura del Centro Penitenciario de Cáceres, quienes me han otorgado el honor de erigirme en portavoz.

Desde este taller nuestro más sentido pésame y nuestra más profunda admiración.

Antonio Acosta Jiménez **

Cáceres

Interno del Centro Penitenciario de Cáceresy portavoz de los participantes del taller de lectura.