Que Europa y el mundo económico-financiero hayan estado pendientes de las nuevas elecciones en Grecia, un país cuyo PIB representa menos del 2% de la UE, dejando de lado las legislativas en uno de los grandes como es Francia, ilustra la gravedad del momento y los efectos que podía tener el resultado griego en el euro y en la situación de países que están en la cuerda floja como España o Italia. A diferencia de mayo, cuando los griegos votaron bajo el signo del odio, el domingo lo hicieron bajo el miedo infundido particularmente desde Berlín y Bruselas. Con la victoria del conservador Nueva Democracia --que no hay que olvidar que es el partido que maquilló las cuentas del Estado para poder entrar en el euro--, los griegos han votado al candidato de Bruselas y han ofrecido la señal inequívoca de que se quieren quedar en el euro. Pero si alguien interpretó esta bocanada de oxígeno como parte de la solución de los problemas que acosan a España, bastaron pocas horas para que cayera del caballo. Basta ver el comportamiento de los mercados ayer. España vivió la jornada más negra en cuanto a la prima de riesgo, que escaló hasta los 590 puntos básicos, marcando un diferencial histórico de más del 7% con respecto al bono alemán, y el Ibex bajó casi un 3%, Y es que la crisis del euro va más allá del resultado de unas elecciones; lo que estamos viviendo es que están al descubierto todas las deficiencias de la construcción europea. De las ruinas griegas debe salir la Unión que debía haber sido y nunca fue por las estrecheces de sus dirigentes, una unión fiscal y bancaria que desemboque en una auténtica unión económica y política, que es lo que pide Rajoy. Pronto habrá dos ocasiones para saber si se ha aprendido esta lección. Una, el Consejo Europeo de los días 28 y 29. La otra, cuando la troika regrese a Atenas.