Filólogo

Los dioses y las bestias pueden vivir solos. El hombre vive en sociedad y es un ser fundamentalmente gregario que va con naturalidad de la cena familiar navideña a las rebajas en manada, ¿puede alguien controlar la estampida y el síndrome de la Bastilla de este ser cuando se transforma en compulsiva muchedumbre consumista? Nuestro consumidor sin tregua es un ser convencional, numeroso y aceptado: "hay una delicia epidémica en sentirse masa, en no tener destino exclusivo", dijo Ortega. Tanto es así que tendremos que plantearnos si será normal una persona que no compra por arrobas en navidad, que no va a magullarse a las rebajas ni apila cosas superfluas y dilucidar a continuación si será capaz de quedarse en el límite y resistir sin una excesiva disminución del juicio y la responsabilidad.

Se condenó a Marx porque vino a decir, más o menos, que "todo era economía", que nuestras convicciones sociales eran falibles y estaban condicionadas al interés económico, pero puede alguien decirnos a qué está supeditada nuestra actual sociedad. Si constatamos además que la vida social, instalada en la economía, es la que determina la conciencia, como afirmaba el mismo autor, tendremos que concluir que la conciencia como tal está en completa derrota.

Todo parece provenir del trasfondo educativo que deja una fomentada estupidez sin límites; un sentido incompleto de la realidad; una avalancha de discordias inconscientes que imposibilitan la felicidad, y una enseñanza, en fin, que promueve la aquiescencia frente a la injusticia social, y la competencia como sistema para triunfar.

Si a ese trasfondo doctrinal se le suma el estímulo continuo de los procesos de compensación para neutralizar los sentimientos de inferioridad, tendríamos las razones que podrían explicar el frenético acarreo de ese ser que está en sociedad, pero vive epidémicamente como gregario.