El acontecimiento que en estos días conmemoramos quienes nos sentimos vinculados a la Virgen de Guadalupe y a todo lo que representa, no puede pasar desapercibido para alguien que además tiene la oportunidad de disponer de un espacio en un periódico regional. Quisiera expresar desde el corazón y desde el interior, aquellas sensaciones que me hacen tener a la Morenita como referencia espiritual, la identifican como la expresión más auténtica de la extremeñidad y me profesan una profunda devoción hacia todo lo que representa, valores cristianos y religiosos, pero también valores de unidad, acogida, tolerancia, bondad y reconciliación.

La experiencia de este extremeño que además tiene el privilegio de vivir cerca de la imagen y del Santuario que la guarda y custodia desde hace más de siete siglos, es suficiente argumento para poder testimoniar la grandeza del sentimiento extremeño hacia este lugar, demostrado no sólo durante estos últimos 100 años sino mucho antes, en acontecimientos históricos relacionados con nuestro país o la evangelización del Nuevo Mundo, como muy bien se recogen en múltiples documentos. Pero no es precisamente de historia de lo que yo quería hablar sino de sentimientos y de vivencias acontecidas en los últimos treinta años, que han generado una nueva dimensión espiritual y una concepción muy personal de lo que representa Santa María de Guadalupe, en el plano religioso y también en el personal.

Guadalupe engancha de tal modo que uno, sin apenas darse cuenta y casi sin quererlo, abandera un profundo fervor que va más allá de los planteamientos cristianos, traspasa la frontera de la fe y se convierte en una forma de vida, en una amalgama de percepciones y sentimientos que se vinculan estrechamente con el pueblo extremeño, con el afán de abrirse al mundo y de divulgar sus riquezas, materiales y espirituales. La adicción que supone la integración en esta fórmula de vivencia se adquiere con el cúmulo de experiencias y de testimonios que a lo largo de su vida uno recibe. Por todo ello, y por otras muchas circunstancias, Guadalupe y su Virgen, Patrona de Extremadura, ocupan un lugar privilegiado en el corazón de los extremeños y ante esa evidencia, jamás debe utilizarse como moneda de cambio para cuestiones partidistas, eclesiásticas o de otra índole.