Miembro de la Real Academia de Extremadura

Monseñor Antonio Cañizares apunta muy acertadamente que Guadalupe será extremeña exclusivamente por razones eclesiales, no por presiones políticas.

La división de las diócesis es una cuestión de historia de la iglesia que ha ido siempre pareja a divisiones políticas. Nadie se acuerda del esplendor de la catedral de Roda de Isábena en la Ribagorza aragonesa, sede episcopal regentada según la tradición por San Ramón, en tiempos de la dominación árabe. En los años del último concordato firmado por el jefe del Estado español y la Santa Sede no se podía uno imaginar que la parroquia de Roda de Isábena dejaría de pertenecer al Obispado de Lérida para encuadrarse en el territorio eclesiástico de la más joven de las diócesis españoles, me refiero al Obispado de Barbastro-Monzón.

En la historia reciente de Extremadura se ha vivido el cambio de denominación de diócesis de Coria a la de Obispado de Coria-Cáceres, precisamente porque la Santa Sede juzgó oportuno que el obispo de este territorio debía residir en la capital de la provincia que pertenecía a su demarcación. Eclesiásticamente Cáceres salió beneficiado, mientras Coria menguaba lentamente.

Los intentos eclesiales de la Iglesia extremeña de hace veinticinco años por lograr que el Monasterio de Guadalupe perteneciera a una diócesis extremeña se quedaron simplemente en la creación del arzobispado de Mérida-Badajoz o más bien Badajoz-Mérida.

Le recuerdo a monseñor Antonio Cañizares, arzobispo de Toledo, que Guadalupe será extremeña el día en que en el seno de la iglesia extremeña haya personas como José María Lemiñana Alfaro, actual párroco de Roda Isábena, quien con un cualificado grupo de eclesiásticos y seglares ha contribuido, tras gestiones, ininterrumpidas, que la parte oriental de Aragón abandonara la Cataluña eclesiástica para ser integrada en una nueva diócesis aragonesa.

Lemiñana, con sus setenta y ocho años, ha visto restaurada gracias a sus manos de cura albañil y su esfuerzo personal la catedral de Roda de Isábena; también con sus dotes persuasivas recuperó en diálogo con Erich el belga la famosa Silla de San Ramón, que tuve la suerte de contemplar íntegra en mis años adolescentes.

Qué hermoso sería, monseñor Antonio Cañizares, que, gracias al tesón religioso de un grupo de extremeños, se pudiera erigir el nuevo Arzobispado de Extremadura, que englobara a las diócesis históricas extremeñas.

Sería reconocer de iure el sentimiento que el pueblo extremeño de facto ha expresado en numerosas ocasiones. Desde la efigie que preside el escudo de la Universidad de Extremadura al jarrón de azucenas del de la Real Academia de Extremadura, el sentir popular de los nobles choriceros, como se denominaba en la corte a los paisanos de Godoy, castúos del siglo XXI, es por aclamación unánime que Guadalupe, con su virgen y su puebla, es extremeña.