La espantosa decapitación del rehén norteamericano Nick Berg, exhibida en internet por los asesinos de Al Qaeda, baja un peldaño más en el descenso al infierno de la barbarie en que se ha convertido el conflicto de Irak. Este crimen no es menos detestable por el hecho de que se proclame como una venganza por los abusos cometidos contra los prisioneros iraquís en la cárcel de Abú Graib. Aunque no deja de ser una consecuencia previsible de una invasión ilegal que se ha transformado en guerra sucia, con un no menos horrendo despliegue de imágenes de torturas y vejaciones.

El general Taguba trató en su declaración de exonerar a los altos mandos del Ejército de Estados Unidos, aduciendo que no había pruebas de que hubieran impartido órdenes a los torturadores. Sólo un día después, se conoce que la general Karpinsky relató cómo el general Miller --el creador del régimen que impera en Guantánamo-- se hizo con el mando de la prisión iraquí para "guantanamizarla ". Los acusados empiezan también a alegar que se limitaban a cumplir instrucciones.

Es difícil creer que esa política de maltratos era un fenómeno espontáneo y minoritario. Lo que sí resulta evidente es que sólo genera más horror.