Sólo he ido a un campo de fútbol en cuatro o cinco ocasiones y eso que vivo a un paso del Bernabeu. En una de ellas tuve ocasión de ver un espectáculo que no suele ser el habitual: los aficionados del Real Madrid aplaudiendo al Barcelona del mejor Ronaldinho . Fue un acto de generosidad por parte de los madridistas pero también de reconocimiento a unos hombres que hicieron las delicias del público, por su buen hacer con el balón.

Después vino el declive y la frustración, una travesía del desierto que acabó con las esperanzas de los culés, hasta que llegó Guardiola , y con él las ilusiones renovadas de una afición que no se ha dado por vencida nunca, ni en los peores momentos de la historia deportiva de su club, y que anoche vivió en Roma una de esas jornadas históricas difíciles de olvidar por muchísimas razones.

La primera y principal porque jugaron mejor que el Manchester, pero sobre todo, porque fue el colofón a una temporada en la que se ha impuesto el estilo Guardiola. Un entrenador por el que nadie daba un duro cuando lo ficharon, pero ante el que hay que descubrirse por los valores que ha sabido inculcar a sus jugadores, y que no son muy distintos a los que le enseñaron sus padres, y que se basan en el esfuerzo, en la entrega, en la honestidad, en el sacrificio, y en la ética personal.

A Guardiola, como a Iniesta, Xavi, Messi, Puyol o tantos otros, la vida no les ha regalado nada, lo que tienen se lo han ganado a pulso, a base de sacrificio, de renuncia, quizá por eso son tan humildes ante el triunfo, ante los halagos, ante el griterío de quienes les han convertido en sus héroes. Todos estos y alguno más coinciden en haber pasado por la cantera del club catalán, un detalle no menor. Cuando resulta tan fácil tirar de chequera para hacerse con los servicios de cualquier jugador del mundo, resulta que la apuesta de Guardiola ha sido por los juveniles, por esos niños que empezaron como él a jugar en una playa o en las calles de cualquier barrio de cualquier municipio, y que han acabado dando al Barcelona los mejores frutos.

Un estilo muy definido es lo que veo en Guardiola y sus muchachos. Un estilo que suscita admiración pero también envidias y hasta bajas pasiones de quienes no soportan el éxito ajeno y menos si este se ha conseguido sin venderse al mejor postor, de ahí algunos rumores infundados sobre su vida, sobre su familia, a la que intenta preservar del lío mediático, sabedor de que meterse en esos charcos ha sido el principio del fin de muchos y buenos jugadores.

El triunfo del Barcelona ha sido también un paréntesis, un respiro, una bocanada de aire fresco en medio de una campaña electoral, que está siendo una de las más duras que he conocido, y que está provocando justo lo que todos pretenden combatir, la abstención. Sin darse cuenta que la gente lo que aprecia es justo lo contrario, eso que Guardiola pone en práctica cada vez que sus jugadores saltan al terreno de juego: las buenas maneras, el juego limpio y, después, que gane el mejor.