La decisión de un profesor de Segura de León de examinar a sus alumnos con frases contrarias a la guerra y, sobre todo, contra la postura adoptada por los presidentes José María Aznar y George Bush es, ante todo, un juego peligroso, pero no por los contenidos que, al fin al cabo, entrañan un mensaje pacifista. El problema viene al determinar la presunta intencionalidad del docente para condicionar las opiniones de un grupo de jóvenes en periodo de formación. Aunque es indiscutible la libertad de enseñanza de cualquier profesor en un estado de derecho, en este caso el tono y el mecanismo empleados dejan entrever un mar de dudas si con su mensaje el docente se extralimita en sus funciones formativas hasta llegar a un posible intento de condicionar arbitrariamente el proceso de aprendizaje del joven. Sólo basta recordar que en este terreno resbaladizo siempre se han movido bien las voluntades menos democráticas y han hecho de la escuela su mejor trampolín. Apelar a la responsabilidad de los enseñantes y de la Administración es hoy la mejor fórmula para atajar cualquier atisbo de duda y, de este modo, garantizar una educación que genere ciudadanos dueños de su propio pensamiento y de capacidad crítica.