Después de que el presidente Obama expusiera la semana pasada su nueva estrategia en Afganistán, la conferencia de La Haya, convocada por la ONU, ha sido un buen ejercicio de consenso, pero de resultados problemáticos, para contribuir al esfuerzo económico de reconstrucción del país. La secretaria de Estado, Hillary Clinton, insistió en el diálogo con los talibanes moderados, en busca de la reconciliación, y dejó bien sentado que Afganistán y Pakistán forman una indisoluble unidad geoestratégica que está sometida a la misma amenaza del extremismo islámico de Al Qaeda y su nebulosa del terror. El representante iraní en la conferencia mostró su buena disposición para cooperar con los proyectos de combatir el tráfico de drogas y reconstruir el país, pero advirtió de que las tropas extranjeras no servirán para instaurar la paz y la estabilidad.

La revisión estratégica y las ayudas para la reconstrucción prometidas solo constituyen un modesto primer paso para que la guerra buena de Obama no se transforme en una nueva pesadilla militar. Del vocabulario de Clinton han desaparecido la arrogancia y el énfasis en la prédica y expansión de la democracia, pero esta ruptura con la época de Bush no será suficiente para vencer la oposición de los vecinos, disipar las reticencias del Congreso o persuadir a los europeos para que envíen más tropas.