Hace unos meses pasaba por Sarajevo, la ciudad mártir. Entre las ruinas de sus edificios me parecía escuchar las expresiones y gritos de los que allí sufrieron y murieron. Más tarde, ya en el avión, escribía en mi diario: la sangre solamente sirve para lavar las manos de los ambiciosos. Nunca hubo una guerra buena, ni una paz mala. La guerra deshonra al género humano. El odio ha inundado, como una marea de hediondos chapapotes, la belleza de nuestro mundo y se manifiesta en guerras terribles.

Desde que terminó la segunda Guerra Mundial, a pesar de que todos los pueblos tomaran, en las Naciones Unidas, la decisión de: ¡Nunca más una guerra! , no ha habido un solo día sin guerra y sin que la ONU no haya tenido que intervenir. Pero las guerras que traen consigo el aniquilamiento de miles de ciudades, casas e instituciones no se limitan a los campos de batalla, sino que siempre deja tras de sí a millones de caídos, asesinados, masacrados.

Hoy asistimos al juego de amenazas Bush-Sadam. Sólo el idiota y el genio desarmonizan la paz. ¿Quién es el genio y quien es el idiota? A Sadam le diría: El engaño tiene éxito a veces, pero siempre termina por suicidarse. Y a Busch: Si conviertes la guerra en juez de la justicia y la injusticia, en el fondo será ella misma la que aniquile tanto la justicia como a las personas. La verdad es que ni el engaño, ni la guerra traerán la solución de los problemas.