El señor Aznar tiene un lugar reservado en la historia y las futuras generaciones dirán de él que bajo su mando se alcanzó el máximo grado de unidad entre los españoles. No es un mérito que tenga que compartir con otros dirigentes de su partido. Es exclusivamente suyo.

Unidos en el mismo ideario están el nacionalista vasco y el españolista castellano, el campesino andaluz y el burgués catalán. El sentimiento contra la guerra une a los españoles. Lo mismo podría decirse de las filiaciones políticas, pues si es verdad que el PP parece ser la excepción, la verdad es que pocos de los militantes con cargo se atreven a decir lo que piensan, pues en el partido puede pagarse muy cara la libertad de expresión.

Todos los caminos conducen al no a la guerra. En primer lugar, puede llegarse a sentir la irrefrenable necesidad de salir a pasear una pancarta por idealismo pacifista. Pero habrá hecho lo mismo el ciudadano ofendido porque se ha sentido tratado como menor de edad cuando se le ha querido convencer de que hacer lo que mandaba Bush era lo que convenía a España.

Tras la pancarta denostada por el señor Aznar van también el ciudadano que se ha sentido herido por la burla a la ONU. El que se rebela contra el daño hecho a la Europa que se quiere unir. El que tiene memoria y sabe que la guerra del 2003 no se parece a la de 1991. El que teme a los gobernantes megalómanos, tramposos y arrogantes. Y el que se ha sentido insultado cuando, por no apoyar la guerra, ha sido acusado de compañero de viaje de Sadam. Han coincidido y han gritado: "¡No a la guerra!" Es la indisoluble unidad de España.