TEtl último eslabón de la cadena de la guerra es si uno puede ir o no a la guerra que le dé la gana. Tenemos el ejemplo de Aznar, que nos metió en una guerra porque un amigo suyo le animó a ir a esa guerra. Aznar deja de mandar y llega otro que piensa de distinta manera y decide, tras una amplia presión de un pueblo entero votando en unas elecciones, abandonar esa guerra. Bueno pues no es tan fácil. La guerra ha dejado de ser una acción unilateral. Ahora hay amigos que te animan o te desaniman. Lo que asombra es lo que se enfadan algunos porque tú no quieres ir. Hasta hace poco, si en este país había alguna cosa clara era que la guerra, porque la padecimos apenas hace unos lustros, era algo terrible, que cuando pasaba te dejaba como unos zorros. Ahora, con el invento de los profesionales de la guerra, como sabes que tú no eres de ésos, pues que le den. Me parece que algo falla muy en profundidad en nosotros. No si es porque nos divierte verla casi en directo, o qué diabólico empuje nos impulsa, pero lo cierto es que la guerra, que era una decisión patriótica, ha dejado de serlo para pasar a controlar unos barriles de petróleo. Las guerras siempre tuvieron, para ser declaradas, motivos económicos. En España, si no es por los terratenientes, no hubiéramos tenido una cruenta guerra civil. Ahora el motor es que no se sabe bien el porqué de este tremendo embrollo en Irak. Bueno, pues por todo eso, el ser humano no es feliz. Y no son más de dos o tres docenas los que mueven esta máquina de matar inocentes. Y frente a esa impotencia aparecen los suicidas, que es el último invento de los impotentes. Y además van a un cielo lleno de uríes. O sea, que esto tiene difícil solución.

*Escritor