TLtas llamas del incendio Gürtel son cada vez más altas y pueden seguir subiendo si en la calle Génova, sede central del PP, donde ya no saben si ponerse las manos en la nariz o llevárselas a la cabeza. Y seguirán subiendo, con toda seguridad, si en el estado mayor de Rajoy no deciden de una vez por todas recurrir a los cortafuegos. Aunque no sea por un insobornable compromiso con la causa de la decencia en política, sino por puro instinto de supervivencia.

El caso Gürtel , a la vista de las últimas revelaciones, contenidas en la parte desvelada del sumario madrileño, es un inagotable catálogo de las corrupciones más habituales de la trastienda política, la que no sale en los telediarios. Sin embargo, la doctrina oficial del PP para afrontarlo consiste en celebrar el ascenso del partido en los sondeos electorales (Rajoy) y lo bonito que es unirse ante la adversidad (Camps ).

Las reacciones políticas de Camps, un gobernante asediado por la avalancha de evidencias que tan expuesto le dejan, es impresentable. Incluyo sus ironías, como la de afirmar que se reunió a solas con Rajoy para pedir la dimisión de Zapatero , sus desplantes a la prensa, su tóxico argumento de que las urnas lo blanquean todo o esa barata venganza que consiste en impedir el acceso de la socialista Leire Pajín al Senado.

En cuanto a Rajoy, que personaliza la alternativa a Zapatero para la Moncloa, debería entender que es imposible ejercer la tarea de la oposición en estas condiciones. Es como echar la siesta sin quitarse los esquíes. Un lastre que arrastran y arrastrarán el PP y su líder, mientras éste no logre trasladar a la opinión pública la impresión, respaldada por los hechos, de que tiene el propósito verdadero de hacer limpieza en su partido.

Este miércoles negó que estuviese mirando hacia otro lado. Dice que, por supuesto, exigirá responsabilidades a quienes hayan hecho "lo que no deberían hacer". Ojalá lo veamos, pues hasta ahora se ha dedicado a echar balones fuera. O a sobreactuar en asuntos de la agenda diaria como el fiscal del chivatazo , el secuestro del Alakrana o la muerte de un soldado español en Afganistán.

La táctica no puede ser más burda. Se trata de hacer olas más grandes que las del caso Gürtel , aunque para eso haya que recurrir a extravagancias como la de denunciar a la policía por perseguir a los delincuentes, culpar a Zapatero por el secuestro de los atuneros españoles en Somalia, sostener en público que la Fiscalía actúa a las órdenes del Gobierno para reventar al PP o acusar a un director general de la policía de colaborar con la banda terrorista ETA.