TQtue el alma humana esconde cavernas insondables, sótanos inaccesibles y manantíos de maldad impensables, es cierto. Tal vez hubo un tiempo en el que presos por el despertar de la inocencia y ocupados en hacer el amor y rechazar la guerra, fuimos tan ingenuos como para pensar que Rousseau se equivocaba en lo del "hombre lobo para el hombre". Ahora leemos cómo en un programa de la televisión norteamericana regalan una tarjeta de residencia al "balsero" que se coma un gusano. Cuando la decencia tenía plaza en nuestros escalafones, estábamos acostumbrados a escuchar aquello de "tragarse un sapo para desayunar", aludiendo al mal trago de muchos responsables a la hora de asimilar ciertos hechos, como éste del gusano. Ahora los que se tragan el sapo y lo que sea, son los otros, los que no figuran en los censos. Es una maldad de principio de milenio. Una maldad que por ser jaleada, celebrada por audiencias millonarias y rentable económicamente, disimula su origen y pretende una aureola de rayos catódicos para sentar cátedra en nuestras salas de televisión. Mientras ellos traguen lo que sea para acceder al paraíso de la hamburguesa y las zapatillas de marca siempre habrá alguien que, apelando a la cantinela neoliberal, diga: "Al fin y al cabo, se trata de un concurso y a nadie se le obliga a concursar". Porque se trata de eso, de tragar o ser tragados, de comer lo que haga falta o ser comidos. Un trozo de pan, un gusano hediondo, un cadáver mutilado, un niño enfermo, todo sirve a la hora de almorzarnos esta comida basura que, aderezada convenientemente, sigue alimentando el desarrollo. Como para no reventar.

*Dramaturgo y director del Consorcio López de Ayala