TLto mínimo que puede pedírsele a un político es que hable claro, sin rodeos y de forma que todos podamos entenderlo. Eso no siempre sucede con Zapatero , por ejemplo, que suele alargar su discurso con latiguillos y frases vacías, mientras con gestos excesivos intenta dotar a sus palabras de la firmeza de la que por sí mismas carecen. Caso bien contrario, por cierto, al de su compañero Rubalcaba , con el que se podrá estar o no de acuerdo, pero al que hay que reconocer una envidiable capacidad para la dialéctica y la precisión (en la última entrevista en que lo vi corrigió al periodista que le atribuyó una marca de 11 segundos, en su época joven, en los 100 metros lisos porque --dijo-- habían sido 10 segundos y 9 décimas). Habla claramente, no se corta, si no puede responder a algo lo reconoce y, con ironía, pone los puntos sobre las íes que lo requieran.

Pero quien me provoca estas líneas no es el presidente del Gobierno, sino el mal llamado (pues no encabeza a todos los que no son del PSOE) "líder de la oposición". Y más concretamente, lo dicho por éste tras las peripecias judiciales del expresidente balear, Jaume Matas , al que se acusa de haberse lucrado a costa del erario público. Interrogado Rajoy al respecto, se limitó a manifestar su deseo de apartar de la política a quienes "se demuestre que no han hecho las cosas bien". ¡Qué gracioso! No. No se trata de no haber hecho las cosas bien, pues eso nos puede ocurrir a todos sin que por ello seamos ladrones. Lo que se le imputa al señor Matas no es haber hecho mal algo que podría haber hecho mejor. No. Lo que se le imputa es haber hecho algo intrínsecamente malo: haber delinquido, haber robado. Por eso, el lenguaje ambiguo de Rajoy, su forma de escurrir el bulto, evidencian su poco coraje para encarar los problemas de corrupción que afectan a su partido. Allá él.

¿Y sobre Mayor Oreja , dirán ustedes? Pues nada, mejor no hablar de ciencias en las que uno es profano. Y menos de una, la psiquiatría, cuyo terreno es tan resbaladizo.