Profesor

Utilizo un buscador en internet para hallar al autor de una frase y no salgo de dudas. Si escribo lo importante es que hablen de uno, aunque sea mal , aparece un senador argentino, ya fallecido, de nombre Elías Sapag. Con todo respeto para el finado, me resulta absolutamente desconocido. Pero si en casilla de búsqueda introduzco lo importante es que hablen de uno, aunque sea bien , entonces aparece en primer lugar alguien a quien se pueden atribuir todo tipo de dichos: Oscar Wilde. El problema es que más adelante, en otro lugar, es de la boca de Winston Churchill, el histórico premier británico, de donde hacen salir lo que antes pusieron en los labios de Wilde.

Da lo mismo. El caso es que el lector de prensa está asistiendo últimamente a un importante despliegue de noticias y artículos sobre un tema muy poco habitual: las matemáticas y la situación de su enseñanza en España. Hace unas semanas fue una noticia que recogieron incluso los telediarios, anteayer un artículo en la página de opinión del periódico de mayor tirada de Madrid, ayer otra columna en el rotativo más veterano de Barcelona... Todo surgió porque recientes estudios han puesto de manifiesto el bajo nivel de conocimientos matemáticos de los estudiantes de secundaria y bachillerato en nuestro país. Los resultados en los exámenes de selectividad celebrados en los últimos años, por otro lado, resultan muy preocupantes. No dispongo en este momento de todos los datos estadísticos, pero en el año 1999, por ejemplo, la calificación media en matemáticas (consideradas las dos opciones existentes y las dos convocatorias de exámenes) en la Universidad de Extremadura sólo superó el cinco, por dos décimas, en una ocasión. En otras dos no llegó ni al cuatro.

Y ello debiera ser motivo de preocupación para las autoridades educativas. Autoridades educativas y no académicas, porque éstas poco tienen que hacer cuando las disposiciones legales les impiden actuaciones que recondujeran la situación. Es cierto que cada día hay más materias que los alumnos deben conocer, como lo es que existen actividades que exigen menos esfuerzo que el necesario para desenvolverse entre ecuaciones y razonamientos lógicos, pero acaso se haya plasmado en demasía en los boletines oficiales en los últimos años esa concepción de la educación según la cual todo lo que no es lúdico es rechazable, relegando a un segundo plano saberes para cuya posesión no basta con jugar y brincar, recortar y pegar. Como si el pianista que goza lo indecible al sentirse creador no hubiera necesitado miles de horas de ejercicio aburrido ante el teclado; como si el atleta que en diez segundos alcanza un gozo infinito no hubiera precisado de un esfuerzo durísimo durante años; como si el investigador que halla un remedio que salva la vida de millones de personas no se hubiera tenido que quemar las pestañas ante el microscopio.

Por eso es de agradecer que la sociedad empiece a preguntarse qué puede hacerse para mejorar la situación de las matemáticas, y las ciencias en general, entre los jóvenes. Empezando, probablemente, por los profesores, que acaso permanezcamos excesivamente apegados a una forma de transmisión de conocimientos cuya idoneidad ya pasó a la historia. Siguiendo por los padres, que quizá debieran aconsejar a sus hijos pensando más en el mañana que en el futuro más inmediato. Y continuando por las instituciones, que podrían dar en los planes de estudios una relevancia a las distintas disciplinas (si aún puede utilizarse esta palabra) en consonancia con su trascendencia, con su presencia en la sociedad y con su capacidad de mejorar la vida de todos nosotros.