La muerte de un soldado del contigente español en Afganistán ha hecho que diversos medios de nuestro país se replantearan la conveniencia de nuestra presencia allí. La opinión pública española parece partir de una doble premisa: a diferencia de lo que ocurría en Irak, la presencia de las tropas extranjeras en Afganistán es legal y, a diferencia de Irak, el país es lo bastante seguro y nuestros militares pueden dedicarse allí a tareas humanitarias. De ahí el estupor y el dolor ante la muerte del soldado.

Resulta que la premisa no se tiene en pie, es falsa. La estancia de las tropas en Afganistán tiene, sin duda, amparo legal. Se lo da, entre otras, la resolución 1368 de 20 de diciembre del 2001 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Su presencia está, además, aceptada por el Gobierno legítimo salido de las urnas. Doble garantía. Pero otro tanto ocurre en Irak.

La repulsa mayoritaria que la intervención estadounidense en Irak despertó en la opinion pública española ha llevado en nuestros lares a una instantánea demonización de todo lo que huela a ella. Estados Unidos no consiguió la bendición de la ONU para la invasión, es cierto, pero, meses después de ésta, el Consejo de Seguridad refrendó a todos los efectos la presencia de sus tropas y las de sus aliados en la resolución 1511 de octubre del 2003. Lo hizo inequívocamente: el texto no solo dice que "se autoriza una fuerza multinacional ... para el mantenimiento de la seguridad en Irak", sino que "insta a todos los estados a prestarle asistencia, incluidas fuerzas militares". La votación fue unánime y nadie tiene que explicármelo, porque yo era el representante de España en el Consejo y la voté. Fue reiterada en el 2004.

XARGUMENTARx, en consecuencia, que en el 2004 retiramos las tropas de Irak porque su presencia era ilegal es una sandez total. Se haría por una promesa electoral o por un compromiso político, ambos comprensibles, pero su estancia era totalmente legal. Su presencia está asimismo aceptada por el Gobierno iraquí salido de las elecciones. Sostener que la votación de Afganistán fue legítima y la de Irak no lo fue constituye una memez tan falaz como la anterior.

Pasemos de la legalidad a la seguridad. Sabemos que Irak es mucho más inseguro, los estadounidenses tienen ya 2.540 muertes (el debate sobre si sus tropas deben retirarse divide incluso a los adversarios de Bush ) y el país árabe está a unos metros del dintel de la guerra civil. Sería, con todo, aventurado y erróneo concluir que, por el contrario, la tranquilidad ha vuelto a Afganistán a los cinco años de la salida de los talibanes y que las fuerzas extranjeras pueden dedicarse estrictamente a labores sociales, descuidando la seguridad. Lamentablemente, no es en absoluto así.

El representante especial de la ONU para la zona, Tom Koenigs , hablaba esta semana del empeoramiento de la situación en el sur del país, donde "hay un inicio de insurgencia alimentado por redes terroristas internacionales .... Todo es más frágil que hace seis meses". La frase tiene resonancias iraquís. Por su parte, la prestigiosa organización Human Rights Watch y otras oenegés señalan que la erradicación del cultivo de la amapola --de la que se extrae el opio, que alcanza récords en la exportación--, erradicación en la que colaboran las tropas extranjeras, está acercando a determinadas capas de la población afgana a los talibanes, y advierten de que estos y otros grupos fundamentalistas han cerrado centenares de escuelas. Seis soldados británicos han perdido la vida en las últimas fechas, y los atentados continúan.

¿Por qué? Porque, como en Irak, hay una serie de extremistas que se oponen a la implantación de la democracia en el país o a la instauración de un sistema educativo que equipare a las mujeres con los hombres, que impida la imposición de preceptos obsoletos y tribales (recuerden la prohibición del fútbol y la televisión, la imposición de la barba a los hombres y el burka a las mujeres, etcétera). Para ello coaccionan, matan a civiles o ponen bombas a las tropas extranjeras, independientemente de que éstas se dediquen a labores humanitarias, como con frecuencia querrían, o a las de seguridad, como inevitablemente tienen que hacer.

La población afgana, hombres y mujeres, a diferencia de la de Irak, que está más divorciada de su Gobierno en este aspecto, quiere mayoritariamente que las tropas extranjeras continúen en el país. Fui testigo directo de ello cuando visité la zona con el Consejo de Seguridad de la ONU dos años después de la guerra. Sabe que, junto a la ayuda extranjera, estas tropas son la mejor garantía (recuerdo cómo las asociaciones de mujeres nos repetían angustiosamente: "Envíen más ayuda y más tropas") de salir adelante en un momento delicadísimo en el que el país se enfrentará un futuro enormemente incierto.

*Exembajador de España en la ONU