Pese al callejón sin salida al que la política belicista de Ariel Sharon y los atentados de los terroristas palestinos están abocando a sus pueblos, la paz es posible. Políticos e intelectuales de ambos lados reunidos en secreto durante tres años en Ginebra han conseguido elaborar unos acuerdos de paz. Esos pactos cuentan con el respaldo de más de 700 líderes mundiales, presentes ayer en la ciudad suiza, y el apoyo de más de la mitad de la población israelí y palestina, según un sondeo. El plan es simbólico. Ninguno de los negociadores tiene actualmente responsabilidad de gobierno ni ha recibido el encargo de sus administraciones para negociar una solución. Pero la importancia del plan reside precisamente en esta independencia del poder político. Ambas partes se han sentido libres para plantear el futuro sin rehuir grandes sacrificios de los dos lados, como la retirada israelí de Gaza y casi toda Cisjordania, la soberanía compartida de Jerusalén o la renuncia palestina al derecho de retorno. El primer objetivo del plan es empezar a crear en ambos pueblos un estado de opinión de que hay alternativa posible a la actual catástrofe. El segundo será materializarla, pero para eso ya hará falta la buena voluntad de los políticos.