Hace ahora cuarenta años de aquellos disturbios que llenaron de barricadas las calles de Paris cuando, en un alarde de manifiesta ingenuidad utópica, unos estudiantes sembraron de eslóganes y de proclamas las cabezas de los idealistas, en lo que fue la eclosión efímera de una rebeldía incontrolada, el estallido espontáneo de un conflicto generacional, una alegoría conspirativa contra las sombras. Y un movimiento que inicialmente perseguía unas reformas educativas, terminó enfrentado con la cúpula de un autoritarismo al que consiguió reconvertir, merced al fuego cruzado de una simulada resistencia pacífica.

Preferiríamos pensar que se trató de algo más que de un discurso impremeditado, surgido a la sombra de una revuelta estudiantil, urdido desde las mentes libertarias de unos jóvenes radicales que destaparon la olla a presión, al objeto de expandir sus ideales revolucionarios. Porque al plantarle cara al autoritarismo académico establecieron, tal vez sin pretenderlo, un paralelismo con el avasallamiento al que estaba sometida la sociedad francesa, por lo que aquellos mensajes subliminales, llenos de una carga explosiva y de una soflama incendiaria, calaron con porosa permeabilidad y terminaron impactando contra la línea de flotación de un sistema social desestructurado, llegando hasta el extremo de promover una huelga general que a punto estuvo de acabar con el mismo presidente De Gaulle .

XPERO LOx trascendente fue lo que sobrevivió de todo aquello, un germen, una semilla que, como el grano de mostaza, propagado convenientemente por los medios de comunicación fructificó en el corazón del mundo entero, provocando una trasgresión social, política y cultural de incalculables consecuencias, cuyas secuelas aún hoy siguen vigentes. Se trató de una generación de jóvenes burgueses que no habían sufrido los horrores de la guerra, ni habían transitado los oscuros callejones de la penuria y del hambre, nacidos en una época de relativa prosperidad, lo que les permitió dejarse seducir por la metafísica de lo trascendental, tal vez como réplica a ese hastío, a esa tibieza y a ese amodorramiento que la opulencia genera, o quizás tratando de sofocar algunos fuegos ante los que la política se había manifestado incapaz.

Desde las barricadas libertarias pretendieron cambiar el mundo, derribar las fronteras, los rígidos convencionalismo sociales, las tradicionales pautas de comportamiento, la jerarquización como valor, la liberalización de las costumbres, la revolución sexual, el pacifismo, la conquista de la autonomía del individuo, en definitiva reclamar para el hombre todo aquello de lo que la sociedad le había desposeído.

Para la mentalidad conservadora estos fenómenos son parte de una historia que conviene olvidar, ya que contribuyeron a desdibujar el mapa social establecido, provocando confusión, pérdida de autoridad, irresponsabilidad, relativismo moral, amputación de la institución familiar y de la disciplina escolar, sustituyendo el esfuerzo personal por la permisividad, promoviendo una imagen contracultural cercana a los estrafalarios y alternativos modos de vida hippy, con lemas alusivos al amor libre y al consumo de estupefacientes. Sin embargo para los sectores más progresistas supuso abrir la mente a los cambios sociales, recuperando el protagonismo de la sociedad civil, la liberación de la mujer y su igualdad, el afianzamiento de los derechos sindicales, la aceptación de la diversidad, el respeto a las minorías y la implantación del Estado de bienestar.

A pesar de los errores, contradicciones, utopías y manipulaciones, las revueltas de mayo del 68 significaron una bocanada de aire fresco en el ambiente excesivamente saturado de aquella época, y aunque el movimiento fracasó en lo que al enfrentamiento se refiere, su impacto tuvo considerables repercusiones en las generaciones posteriores, representando aún hoy un referente de modernidad progresista.

Al ser un fenómeno que no se circunscribió al ámbito de lo estrictamente cultural o filosófico, sino que transcendió al terreno de lo político y de lo social, al final terminó desbordándose, envuelto en una maraña de desengaños y en un cansancio que acabó deflactándolo todo, porque en el mundo real, jamás el amor fue capaz de terminar con las guerras, ni la imaginación, contraviniendo las consignas de Sartre , escaló ni un solo peldaño en la escalinata inaccesible del poder, a lo máximo que llegó fue a situar a alguno de sus más conspicuos dirigentes al frente de unos cargos, que decían detestar.

Escasas son las similitudes entre ambas épocas. Hoy hemos dejado las cuestiones políticas en manos de otros, y pocos son los que se plantean la transformación del mundo, porque a lo máximo que se aspira es a intentar apuntalarlo, haciendo más habitables los lugares por los que se transita. Discípulos de un conformismo que reduce el compromiso solidario a aspectos estrictamente residuales, porque preferimos seguir sumidos en un estado de cataléptico letargo, sometidos a un proceso de constante sedación. Sólo los hilos intangibles del hedonismo y de cierta lasitud moral, son los únicos puentes que nos aproximan a la fragilidad de aquella orilla.

*Profesor.