La sociedad norteamericana tiene un nuevo héroe. Se llama Richard Phillips, es capitán de barco y mostró una gran valentía personal tras ofrecerse como rehén cuando piratas somalís abordaron el miércoles pasado su buque, el Maersk Alabama, que transportaba alimentos a Mombasa dentro de un programa de ayuda internacional. El cometido contra ese barco era otro más de los ataques pirata que se producen en el golfo de Adén, en aguas del Indico. Pero la novedad radica en que en esta ocasión la Marina de EEUU fue autorizada por Obama a hacer una operación de rescate, cuyo resultado ha sido la liberación del capitán --que se lanzó al agua, jugándose de nuevo la vida-- y la muerte de tres piratas que lo retenían en un bote salvavidas. Pero más allá del impacto emocional de la noticia, esta y otras operaciones de rescate auguran un incremento de la violencia en esa zona del Cuerno de Africa, donde las autoridades de Somalia son incapaces de desmantelar las bandas de corsarios, antiguos pescadores que han visto en los abordajes de barcos una forma rápida de lucrarse. La presencia de buques militares para escoltar a los cargueros se hace imprescindible, y para ello es necesaria la cooperación internacional, de modo que una flota potente, en la que España ya participa, impida nuevos abordajes y secuestros, que acaben en baños de sangre.