Para ser antitaurino hay que dejar de ducharse?”, espetaba el matador de toros Fran Rivera esta semana en un programa de televisión. Así, nada más empezar su intervención, para abrir boca.

La que escribe, que no es antitaurina ni antinada, no se puede sentir ofendida personalmente, pero sí como ciudadana que ve cómo la metáfora de las dos Españas se repite una y otra vez. Se repite en el insulto gratuito de este torero -y por lo que se ve comentarista ocasional- que recurre a la ofensa contra las ideas de los demás en lugar de tratar de defender las suyas. Se repite en el clasismo que este hombre rezuma, porque él, y los que como él piensan, son los limpios y pulcros, los otros son unos pobres diablos, sucios y perdidos.

Pero como siempre hay ocasión de superarse para reforzar los estereotipos, unos días después en el programa volvían a conectar con Fran Rivera para hablar de la polémica generada por sus palabras. Y ahí estaba él. Todo enchaquetado en Sevilla, frente a la Hermandad de Triana, donde parece ser que el susodicho procesiona.

Porque esa es la España de verdad. La auténtica. La de los toros, la Semana Santa y la bandera rojigualda, orgullosamente a media asta este Jueves Santo en un país aconfesional.

Y a quienes todo esto les rechina ya son sucios, malos españoles o perroflautas sin conocimiento.

Así, el tema de la tauromaquia ha ido mutando en los últimos años en un asunto que trasciende mucho más allá del debate entre arte y protección de los animales para transformarse en una lucha política, que en este país todo lo que toca lo polariza sin remedio.

Desde bien pequeña me horrorizó el espectáculo de ver a un toro humillado y bañado en sangre por un señor en mallas coreado por las masas de una plaza. Nunca he conseguido ver eso que llaman arte por más prisma dionisíaco que intenté aplicar. No me gustan los toros, nada.

Ahora bien, llamar a la prohibición de unos eventos que, guste o no, tienen su afición cuando vivimos en una sociedad que explota a los animales en otros muchos y más horribles modos, desde la industria alimenticia hasta la venta de mascotas, pues sería cuanto menos hipócrita por mi parte. Al menos los toros de lidia han vivido una vida decente, algo que no se puede decir de otros muchos animales.

*Periodista