TAtmbos conversan sobre los hijos en la sala de espera de la consulta del dentista, quizá para sacudirse a soplo de palabras esos inevitables nervios que estrangulan el duodeno cuando uno se sienta a esperar la llamada de quien intentará arreglarte la sonrisa. Eran un hombre y una mujer, ella algo gordita y con cara de tener muchos amigos, quiero decir que se la veía dicharachera y campechana; él bastante delgado, y con cara de tener todas las enfermedades del mundo, quiero decir que se le veía compungido y desanimado, como si acabaran de darle una muy mala noticia.

"Mi hija tiene ahora quince años y es más hermética que la caja fuerte de un banco. No hay quien la saque prenda, si hasta hay que pedirle por favor que te dé los buenos días; y si te los da, hay que procurar grabarlos en una grabadora para tenerlos de recuerdo. Ah, y no le pidas un beso, porque es como pedir a un burro que vuele. Si es que vamos mi mujer y yo por la calle y la encontramos con sus amigas, y al presentárnoslas parece que dijera: Aquí mis amigas; aquí mis enemigos. Luego, que esa es otra, esta chiquilla no para en casa; y el poco tiempo que está, se mete en su habitación y sale menos que un astronauta de su cápsula. Ahora, eso sí, si necesita dinero para comprarse algo de ropa, que tiene que ser de marca por supuesto, sale las veces que haga falta. Encima como estudiante deja mucho que desear; y es que tiene muchos grillos en la cabeza. El otro día dijo que se iba a presentar a un casting de esos, porque están rodando una película en la parte antigua y necesitan actores. Y así estamos, mire usted. Dicen que es un comportamiento pasajero, cosa de la edad. Esperemos...", decía el hombre con gesto de resignación. Seguidamente la mujer prosiguió la conversación: "Esperemos, porque yo a veces no sé si tengo en casa un hijo o un oso hibernando. No, no se ría usted, que es verdad. Ya quisiera yo que el mío fuera tan callejero como la suya, que le diera un poquito el aire y se relacionara con otros chicos. Pero este mío no deja su casa ni a tiros. Me ha salido de los empollones, ¿sabe usted?, pero de los empollones que joden, perdone usted la expresión, de esos niños que te tienen todo el tiempo preocupada porque se pasan todo el día estudiando y tú no sabes si estudian porque quieren aprender o porque no son capaces de hacer otra cosa. Porque jugar con otros chicos también es importante, qué quiere que le diga. Tiene quince años como la suya, pero éste, yo creo que los únicos amigos que tiene son su ordenador, sus videojuegos y un piano de cola que le tuve que comprar, porque está estudiando en el conservatorio y lo necesitaba. También es un portento para la música, fíjese; pero es tan apocado e introvertido, que de poco le servirá saber tanto. A ver si pasa esta edad del pavo y se le quita el alelamiento y le cambia el carácter, porque si no, no sé yo".

En ese momento entró en la sala de espera una mujer con un chico de unos quince años. Ambos se sentaron y el chico enseguida sacó del bolsillo de su cazadora un teléfono móvil y comenzó a manipularlo, como si jugara con él.

--Ve usted, si es que son todos iguales--, le dijo la mujer al hombre por lo bajinis.

*Pintor