Por fin tiró la toalla. Hillary Clinton ha aguantado hasta última hora, confiando en que el peso de su apellido dentro del Partido Demócrata pudiera modificar la balanza en el congreso del mes de agosto, pero la realidad le ha hecho desistir. El sábado renunció a continuar la campaña y puso su equipo y sus seguidores a disposición de Barak Obama.

Hillary se retira después de demostrar varias cosas. En la campaña demócrata más disputada que se recuerda, ha conseguido una fuerte implantación en todo el país, al tiempo que ha logrado dos hitos importantes: ha dejado claro que Obama y los demócratas no pueden ganar sin sus 18 millones de votos y su fuerza de arrastre entre las mujeres y los latinos, y ha roto esa especie de ley no escrita que impedía situar a una mujer en la Casa Blanca.

En realidad, nada será igual en el panorama electoral de EEUU después de esta campaña, en la que los negros y las mujeres se han postulado de forma efectiva, a la espera de que Obama eleve a definitiva la ruptura con el pasado si acaba ocupando el Despacho Oval en enero del 2009.

La retirada de Hillary clarifica la situación y facilita la labor de los demócratas, que a partir de ahora ya podrán dedicar toda la artillería a atacar el programa republicano. Pero falta por ver dónde quedan los proyectos sociales más mimados de Clinton, que los arrastra de su época de consorte presidencial y que tienen más solidez que los del senador de Illinois.

Aún queda vacante la plaza de vicepresidente, que puede llegar a ser testimonial durante el mandato, pero que tiene su peso político y territorial en las elecciones.