La victoria obtenida por la senadora Hillary Clinton en las primarias celebradas el martes en el estado de Pensilvania es lo suficientemente amplia como para que se mantenga hasta el final en la pugna por obtener la nominación demócrata y lo suficientemente moderada como confirmar al senador Barak Obama como el aspirante con más títulos para salir vencedor de la convención de Denver, el próximo verano. Puede decirse que la diferencia --55% contra 45%-- contenta a todos y certifica que la consistencia de los dos candidatos, su gancho personal, deja aparcadas las diferencias ideológicas para convertir este gran pulso político en una disputa entre estrellas. Algo que, por lo demás, es del gusto de Clinton y Obama, porque en los grandes temas en discusión --la crisis económica, Irak, la sanidad, la inmigración-- la confusión se ha adueñado con frecuencia de sus propuestas, más preocupados por no incomodar al establishment que por salirse de la ambigüedad.

Acaso los más preocupados con el resultado de Pensilvania sean los estrategas demócratas, que observan con preocupación cómo el senador republicano John McCain construye su perfil de conservador moderado, sin contrincantes que le disputen el terreno, mientras Clinton y Obama no se dan tregua. Y esa no es la peor de las pesadillas: el encono de la disputa descarta casi por completo la posibilidad de un ticket Obama-Clinton o viceversa, invocado ayer por algún periódico liberal, y, en cambio, puede poner en riesgo la unidad del partido incluso después de la convención. Poner en liza a dos personalidades brillantes y combativas no es sinónimo de victoria.