Qué se puede esperar de un país cuya letra del himno es un monosílabo, pegadizo desde que Massiel ganara Eurovisión, pero monosílabo al fin y al cabo. A nadie debe escapar la paradoja que cada comunidad autónoma tenga su letra, reivindicativa, motivadora, emocionante... y, sin embargo, no seamos capaces de poner letra a nuestro himno nacional.

Cada vez que hay una final de Copa del rey volvemos a las andadas, siempre y cuando participe algún equipo cuya comunidad autónoma tenga algún conflicto de pretendida independencia con el Estado. En esta edición hasta los jueces se han pronunciado, no por el himno, silbado, si no por las banderas. Imagino que los tiempos que corren y la situación política no habrán tenido algo que ver, pero resulta curioso que la justificación del juez sea la libertad de expresión mientras no genere violencia mientras la UEFA, que ya ha multado dos veces al F.C. Barcelona por las banderas, prohibe "El uso de gestos, palabras, objetos u otros medios para transmitir un mensaje no apropiado en un acontecimiento deportivo, especialmente mensajes que son políticos, ideológicos, religiosos, ofensivos o de una naturaleza provocadora".

En fin, como reza en alguna disposición curricular para Primaria de la República Dominicana: "Respetar y cuidar todo el conjunto de símbolos que nos identifica como país, himno, bandera y escudo, es una manera de amar y apreciar lo que somos como nación". Así que la póxima vez que acuda a una final de copa, canten Paquito el chocolatero y saquen la bandera del toro de Osborne (y así lo salvamos de las corridas como escudo nacional).

Lo siento, en este país de medias tintas y del sí y del no, y del todo vale porque nada vale, o se respeta el himno o no hay himno, o tenemos cien banderas o solo una, pero esa tibieza ideológica me recuerda a un pasaje del Apocalipsis: "Yo conozco tus obras, que ni eres frío, ni caliente. ¡Ojalá fueses frío, o caliente! Mas porque eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca".

O tenemos o no tenemos, o cantamos o bailamos la Sardana, pero decídanse, y actúen en consecuencia, porque los ciudadanos tampoco soportan (ni se merecen) a los tibios.