Lo peor de la letra que Marta Sánchez ha perpetrado con nocturnidad y alevosía, no es el oportunismo ni el descaro, ni esa campaña de publicidad orquestada en pleno auge de banderas al viento en los balcones.

Aquí no se va a rasgar las vestiduras nadie. Ya son muchos los artistas que aprovechan cualquier cosa para hacer caja, incluso cuando se trata de obras benéficas, así que no importa que la cantante se suba al carro de los sentimientos de exaltación de España.

Lo peor tampoco es la letra, esa rima infantiloide indigna hasta de un alumno de primaria. Dice que la inspiración le vino en Miami, a lo mejor es eso.

El calentamiento global provoca estos efectos secundarios. O la excesiva lectura de esos poemas ripiosos que escribíamos en las carpetas cuando Marta era una estrella embutida en cuero que animaba a los soldados.

Si mi boca fuera pluma y mi corazón tintero, con la sangre de mis venas escribiría te quiero.

Y todo así.

Por ti iría al Polo Norte en pantalón de deporte.

Solo que Marta no habla de amor pasional sino amor a la patria, aunque las rimas son muy parecidas: corazón y perdón, o sol y Dios.

Lo peor, sin duda, es que haya habido políticos que se lo hayan tomado en serio, y hayan agradecido el gesto de la cantante como un llamamiento a la unidad.

No doy crédito. A lo mejor la letra triunfa donde no triunfaron poetas anteriores, y los estadios acaban coreando esa canción infantil que habla de colores, dioses y tierras.

Hay cosas peores, sí. O a lo mejor dejamos el himno como está, y nos dejamos de enarbolar banderas y cantar letras tontas, para ocuparnos de lo urgente, de los pensionistas, de la caída de la natalidad, de la educación, de solucionar el problema del nacionalismo con diálogo y más educación si cabe, y ya luego, si eso, como dicen ahora, cantamos todos juntos por Marta Sánchez o Bob esponja, qué más da si da lo mismo.