Nadie enarbola la bandera para suprimir a la Policía y a la Guardia Civil, y a quien lo hiciera lo tomarían por loco, y, sin embargo, a quien aboga por la supresión del Ejército no le falta quien le observe con simpatía. Puede que eso se deba al desconocimiento del papel del Ejército en las sociedades modernas, y a una visión seráfica del mundo, que, desde luego, no se corresponde con la realidad.

Todos los ministros de Defensa --sean del PP o del PSOE-- se acercan a la opinión pública obsesionados por explicar que las misiones de nuestros soldados desplazados a los lugares donde hay guerras declaradas o larvadas, son parecidas a las de una ONG, y que va a ser rarísimo que les hagan pupa. Es algo así como si el ministro de Interior, cada vez que apareciese en público, estuviera preocupado por subrayar que los policías no corren ningún riesgo, que tampoco se van a enfrentar a tiros con nadie, qué exageración, y que en realidad se sale con el coche patrulla por rutina, pero que su labor es más segura que si estuvieran en una biblioteca.

Si yo fuera el padre de la soldado fallecida estaría destrozado por el dolor, naturalmente. Y ninguna medalla póstuma podría aliviar mi desconsuelo, pero esta hipocresía sobre la labor del Ejército, y una especie de asombro social, cuando un soldado muere en el campo de batalla, resulta estupefaciente.

En Estados Unidos cuentan los muertos en Afganistán por centenares, y el Estado Mayor sabe que la posibilidad de que un soldado estadounidense muera en Afganistán es 3,5 veces superior a la que tiene otro soldado destinado en Irak. ¿Y qué hacemos los europeos? La solución hipócrita consiste en que EEUU ponga los muertos y el dinero, y nosotros retirar las tropas. Es la opinión de Italia. Y de España. Y, luego, criticar a EEUU, por su prepotencia. Y, encima, nos parece mentira que a Bush esto no le parezca coherente. www.luisdelval.com

*Periodista