Cuando llegan las campañas electorales aparecen los titanes enanos capaces de cualquier barbaridad. Son, a la vez, arqueros y tiradores, porque en todo lo que hacen buscan primero la propia exaltación y la propia ventaja. Mi abuelo, que era un hombre práctico, nos contaba historietas muy aleccionadoras para abrirnos los ojos. Recuerdo aquel cuento, que entre risas nos enseñaba: que el primero que grita, ¡al ladrón...!, es el mismo que ha robado el tesoro. Resulta difícil creer a los políticos en sus promesas tras el voto. Le doy la razón a mi abuelo, mientras veo su sonrisa y el parpadeo de sus ojos pícaros más allá de las estrellas.

Esta mañana, al levantarme, le he preguntado a mi "yo" muy seriamente: ¿Acaso soy de esos rebeldes despiertos que rechazan los narcóticos? Y mi "yo" me respondió: no bebas el vino que ofrecen las novias del amanecer, es decir, los que buscan el triunfo en las elecciones o lo que sea. Es un veneno mortífero que inyectan las víboras negras que se arrastran por los socavones oscuros de la vida buscando el poder y todo lo que se esconde tras él. El veneno parece fresco como el rocío --buena noticia, buenas promesas-- servido en tacitas de plata, que el hombre, sediento de cambio y bienestar bebe con anhelo. Más tarde, envuelto en la embriaguez, ya no es dueño de sí mismo. Resultado: unos ascienden como estrellas a costa de los muchos que quedarán en el asfalto de la vida.

El manto de la mentira se extiende por la historia como una placenta envuelta en dos ingredientes naturales: la deshonestidad natural y la simulación artificial, llevando en sí los dos polos de la perversidad. Los mejores hombres no hablan y gozan estar junto al pobre.