Llegó un día, de improviso, sin avisar. ¡Qué novedad!, era nuevo, reluciente, de un azul suave, color que invita al silencio, a la tranquilidad, descanso de la vista.

Toda la vecindad comentaba muy contenta la llegada del nuevo contenedor, especialmente destinado para depositar en él los papeles, periódicos, cartones y sus derivados. El otro contenedor que recoge la basura orgánica había sido desplazado a al calleja de Parra mientras duraban las obras de reparación de la calle Pablo Iglesias, obras que también tiene una historia muy curiosa, repleta de percances.

Para celebrar la presencia del nuevo servicio los vecinos rápidamente se apresuraron a darle uso y así en un día quedó lleno el tan celebrado artefacto.

Todos pensamos que el vaciado se haría al menos cada semana. Ya abarrotado, el viento se encargó de esparcir las greñas que de su interior salían y cuando llegaron las lluvias todo se convirtió en lo que inicialmente fue: pasta, celulosa. Pasaba el tiempo, uno, dos meses... Como no sabíamos el tiempo de gestación, tampoco sabíamos el día del parto (la hora era lo de menos).

En la reciente celebración de agasajo a la tercera edad, organizada por el ayuntamiento y aprovechando la ronda de saludos del señor alcalde, una vecina le espetó la noticia. El señor Díaz reaccionó rápido, ofreciendo solucionarlo al día siguiente.

Y así fue, al día siguiente quedó enmendado el fallo ¿cómo?, pues de una manera muy simple, se llevaron el contenedor con su carga (lo quitaron de en medio) y en su lugar pusieron el que estaba antes, el titular .

El señor alcalde cumplió lo prometido, pero yo me pregunto ¿era esa la solución correcta? El vecindario ahora añora la falta de contenedor, comprende que tiene su utilidad, recoger un material que se puede reciclar, o ¿es un asunto en periodo de prueba?

Lo que sí es cierto el antiguo refrán: Murió el perro, se acabó la rabia .

Francisco Parra Gómez **

Cáceres