Vengo leyendo de un tiempo a esta parte ensayos y artículos de perfil político, de don José Ortega y Gasset , republicano convicto y confeso, simpatizante de los pactos de San Sebastián, previos al advenimiento de la Segunda República y diputado en Cortes constituyentes por la Agrupación al Servicio de la República . Vieron la luz en los años 1926 a 1934, cruciales en el nacimiento y devenir de la etapa republicana. Caen en mis manos, extraídos de los diarios de sesiones parlamentarias y refieren sus intervenciones tanto en los debates sobre el texto constitucional aprobado en 1931, como los que concluyeron con aprobación del Estatuto de Cataluña de 1932 ( Estatuto de Nuria ).

En esas intervenciones, en artículos publicados en la Revista de Occidente y discursos como el producido en el Cinema de la Opera de Madrid el 6 de diciembre de 1931, Ortega rebate el fervor nacionalista que impregnó dichos debates, en los que hubo de resolverse sobre la vertebración del Estado republicano, donde se barajaron perspectivas autonomistas, federalistas e independentistas. Trataban los diputados catalanistas de propiciar un clima en el que la cuestión catalana fuera una prioridad en el texto constitucional, haciendo depender de ello, incluso, la supervivencia de la República. Resulta curioso comprobar como cada una de las cuestiones suscitadas entonces, se reproducen ahora.

XDON JOSE ORTEGAx hace ver a sus señorías y lectores que los nacionalistas exigían demasiado del joven Estado Republicano. Que los fundamentos históricos de sus pretensiones eran en muchos casos inventados, tomando hechos de minúsculo calado, forzadamente sobrevalorados, de los que hacían nacer las esencias patrias. Que, la cuestión catalana, necesitada sin duda, de un reconocimiento constitucional y estatutario, no podía anteponerse a otras apremiantes necesidades, orientadas a la creación de estructuras democráticas fuertes, abiertas, participativas, que reconocieran a los españoles los derechos y libertades de los que casi siempre estuvieron privados.

Curiosamente, también leo ahora una entrevista realizada en 1931, por un redactor del diario El Sol a don Ramón Menéndez Pidal , entonces republicano sin ambages, con motivo de la presentación en la Cámara legislativa del Estatuto de Autonomía de Cataluña, opinando sobre los votos particulares de algunos diputados catalanes al proyecto de Constitución. Al igual que Ortega y Gasset, muestra su contrariedad con las pretensiones nacionalistas, en concreto, con aquellos votos orientados a la supresión en la Constitución de la frase "nación española". No entiende que Cataluña reniegue de su tradicional inserción en la nación española; que se intente comparar con Polonia o Finlandia, cuando no, con irreductibles nacionalismos autocráticos. Don Ramón Menéndez Pidal encuentra anacrónico que se pretendan identidades minúsculas en un mundo cada vez más universalizado. Censura que aquel ambiente constitucional propiciase una epidemia de afirmación nacionalistas; que la intelectualidad periférica tratase de borrar todo atisbo de existencia de una nación española y de su lengua como instrumento histórico, solo alcanzando a reconocer al Estado español como un intrascendente ropaje formal. Muestra su perplejidad ante un hecho relatado por el diario alemán, Deutsche Allgemeine Zeitung (1931 ), de que en un mitin pro estatuto no se escuche mención alguna en castellano, todo en catalán, y sea este el idioma en que se dirigen los intervinientes a los alemanes presentes, conocedores únicamente del castellano. Lamenta, incluso las dificultades escolares de los niños que viviendo en Cataluña, son castellano-parlantes.

Ahora, otra vez, los nacionalismos vasco, catalán y gallego, ocupan el debate mediático con las mismas pretensiones de entonces. De nuevo el Estado dedica su energías a atender problemas que ocuparon a la nación entonces y también en el sigo XIX. Otra vez instituciones básicas, como el Tribunal Constitucional, dedican el tiempo, con perjuicio de su labor ordinaria, en resolver cuestiones nacionalistas. ¿Hasta cuándo va a repetirse la Historia? ¿Cómo soportará nuestro Estado democrático esta presión? ¿Hasta cuándo va a cuestionarse la estructura territorial del Estado? No encuentro respuestas. Lo cierto es que ahora nos faltan intelectuales de la talla de los citados, que contrapesen con cultura e ideas nuevas, la voracidad de extrarradio y la corriente políticamente correcta que ha generado. Presiento que, sea cual se la solución, el nacionalismo repetirá la historia en el futuro, con los mismos argumentos y con nuevas pretensiones. Por supuesto no les faltarán aquellos que coyunturalmente puedan beneficiarse de caminar a su lado.

*Procurador de los Tribunales.