XAx Helmut Schmidt , durante su periodo como canciller de la República Federal Alemana, la prensa lo apodó como el Sargento Bocazas, y el pequeño gran político alemán del norte acogió muy bien el mote, aclarando eso sí, que sólo sería Bocazas durante el tiempo que durase su mandato. Ni un día más.

En ningún momento se privó de decir exactamente lo que pensaba, ya fuera en el parlamento, ante la prensa, o en las duras y maratónicas reuniones tripartitas anuales entre la patronal, los sindicatos y el Gobierno, sesiones que constituyeron el eje de su manera de entender la política. Se dirigía a sus interlocutores sin ambigüedades, en un lenguaje directo y llano que aterrizaba el debate público y lo hacía comprensible a los ciudadanos. Bocazas, sí, pero jamás un provocador, pues su sabiduría de político de raza le indicaba que la demagogia se nutría precisamente de la falta de argumentos o de la perversión intencionada de la realidad.

Helmut Schmidt , Bocazas, conseguía acallar a quienes, acostumbrados a moverse con dos pobres ideas --el bien y el mal metaforizadas por el dilema entre capitalismo y comunismo--, sencillamente no podían con aquel hombre de verbo inteligente y certero, que hacía gala de una modulación impecable para enfatizar aún más sus ideas, y se dirigía a su oponente mirando de frente, sin emplear jamás el ardid picaresco de mirarse la punta de los zapatos mientras se insulta.

Durante su mandato al frente de la República Federal Alemana, el Estado de bienestar alcanzó las cotas más altas, y para defender los intereses de los ciudadanos --educación pública, sanidad pública, la vivienda como derecho, pensiones garantizadas-- no vaciló en decir lo que pensaba respecto de los nuevos profetas del neoliberalismo económico, liderados por la señora Margaret Thatcher y el presidente Ronald Reagan . Dio una dura batalla por lo que consideraba un Estado justo, una economía justa, una sociedad justa, y perdió dignamente. En 1982, tras una moción de censura constructiva dejó el cargo de canciller federal, y empezó la época de Helmut Kohl , la aplanadora que casi desmantela el Estado de bienestar. Dejó el cargo y cerró la boca. Tuvo todo el derecho a dar conferencias, seminarios, entrevistas para justificar su acción como jefe de Estado, o para manifestar su desacuerdo con la maniobra que lo alejó del poder, pero no lo hizo. Invocando el honor y salud de la política rechazó todas las invitaciones editoriales y de televisión, porque el tiempo necesario del Bocazas había pasado.

Tras un largo silencio de dos años reanudó su participación pública como columnista del periódico hamburgueño Die Welt (El Mundo). Sus análisis, certeros, sabios y objetivos, fueron un gran apoyo intelectual para el Gobierno de Helmut Kohl , que no desaprovechó la experiencia de su antecesor.

Así se hace la política, desde el ánimo constructivo y no desde la histeria del Bocazas que no se resigna a dejar el poder.

Schmidt , luego de dejar la cancillería en 1982, no tuvo que refugiarse en universidades norteamericanas para intentar decir algo de interés. Tenía mucho que enseñar y lo hizo desde prensa y universidades europeas.

Si alguien aconseja a José María Aznar , debería indicarle que imite el silencio magistral de Helmut Schmidt . De ese silencio salieron cientos de brillantes artículos, teorías, elementos de discusiones enriquecedoras, jamás una provocación, un insulto, o una descalificación de la voluntad ciudadana expresada en las urnas. Hoy, la herencia política de ese serio y adusto alemán de Hamburgo es materia de estudios en muchas universidades, su aporte a la historia del siglo XX es patrimonio de la humanidad. Es uno de los padres fundadores del socialismo democrático, de la expresión democrática de izquierda.

La mejor escuela para aprender política es la experiencia de los otros, el respeto por la pasada y la atención expectante por la que viene. Aquel político, exmandatario o lo que sea, que no entienda esto, tiende a ser una patética figura con ansiedad de mármol.

Alguien debería advertir a José María Aznar que la historia es implacable; o celebra desde el respeto, o humilla desde la condena merecida que aguarda a los Bocazas que hacen del rencor su único argumento. Se acerca el congreso del Partido Popular, y tal vez el tema del Bocazas sea una materia muy urgente.

*Escritor