Ante la iniciativa en el Congreso de querer considerar a los simios como personas humanas y con los mismos derechos, nos vemos en la obligación de expresar nuestras discrepancias.

El deseo de proteger a los animales y más a los que están cerca del hombre en la evolución, nos parece una postura ecológica laudable y necesaria ante los depredadores y destructores del medio. Pero el tratar de explicar las cosas rompiendo los conceptos que las definen, es una actitud retrógrada, propia del que tiene el paraíso en las espaldas y lo específico y nuevo le estorba. El hombre es un viviente, pero todos los vivientes son hombres, ni tienen los derechos del hombre.

Tratar de suprimir los límites entre las cosas nos deja en la incapacidad de distinguir un hombre de un mono, de un perro o de cualquier otro ser vivo. Esta actitud nos conduce a la confusión y la incomunicación a nivel humano. Suprimiendo las diferencias entre los seres, suprimiendo los conceptos, sería imposible la ciencia y la comunicación a nivel humano. Destruyendo los conceptos, podemos caer en plena contradicción frente a lo que llamamos progreso. Si haciendo bandera de la igualdad queremos extenderla a todos los seres vivos, tendríamos que reconocer derechos a virus y bacterias, aunque fueran mortales para el hombre. Los derechos de virus y bacterias deberían aceptarse en función del interés humano.

Los derechos son propios y exclusivos del hombre, en sentido estricto. Ni siquiera Dios, la verdad, o el bien, ni ningún tipo de abstracción, tendría derechos de forma directa, sino por el hombre que tiene derecho a que respeten sus creencias o sus ideas.

Cambiar el concepto de hombre para darle al simio los derechos de la persona humana, es una actitud retrógrada, porque trata de explicar lo específico por lo genérico y así podríamos llegar a los protones o electrones, a la máxima igualdad de las partículas elementales, pero habiendo eliminado todo el proceso biológico de cosmos, todo su devenir hasta llegar al hombre.

La ideología suele ser una falsificación de la realidad y por tanto una falsedad. La revolución de la igualdad es plana y no toleraría ni la vida, que es específica y diferenciada. A medida que se huye de la definición caemos en la confusión, en la falta de identidad y de identificación posible. La unificación de la igualdad lleva a falsearlo todo y a negar a la razón la capacidad de distinción, de progreso y especificación. Esa ideología teóricamente progresista, se convertiría en lo más retrógrado y pernicioso para la humanidad.

Una ecología que no considere al hombre como el que da sentido a la propia ecología, habría perdido el norte. Sin el hombre la ecología no tiene sentido. La naturaleza no es ética, ni ecológica y no respeta derechos ni asume deberes. La misma ciencia adquiere sentido en función del hombre, no por sí misma, la ciencia no tiene finalidad propia.

La realidad tiene modos distintos de ser, y esto implica jerarquía. No existe nada plenamente igual a nada. La igualdad es una función lógica o matemática, pero no puede reducir lo diferente a igual sin destruirlo. Los conceptos que se destruyen para ampliar derechos, llevan a la irracionalidad y al confusionismo de los sofistas, como su caldo de cultivo en la ignorancia ajena. La corrupción del lenguaje es la antesala de todas las demás corrupciones y suele ser usada como arma para destruir las defensas de las personas sensatas y de buena fe. El hombre no es un mono ni el mono es hombre. Esto no es obstáculo para que defendamos con toda la fuerza el respeto a los simios y a todos los animales.

*Doctor en Filosofía